Reducir la lucha contra el coronavirus, exclusivamente, a una cuarentena forzosa es un craso error. La inmovilización social se justifica como herramienta para alcanzar objetivos como ralentizar el número de infectados y ganar tiempo para fortalecer la infraestructura medico-sanitaria. Pero casi 50 días después ni la curva se ha achatado ni tenemos hospitales en buen estado.
Hoy resulta claro que el encierro obligatorio sufrido por los más pobres, en lugares hacinados, bajo condiciones insalubres y sin abastecimiento alimentario, ha fracasado rotundamente. El éxodo masivo y a tropel de decenas de miles de compatriotas intentando regresar a sus hogares, así lo demuestra. Pero qué mejor prueba de la debacle de esta estrategia, que la indolencia oficialista frente a las familias que pernoctan a la intemperie, a los que no se lleva un pan a la boca y deambulan por las diferentes caminos del Perú en un viaje, quizá, a la muerte.
Ninguna cuarentena, por rígida que sea, jamás curará la enfermedad. Incluso si así fuera –cosa negada– los estragos producidos serían más peligrosos y letales que el mismo Covid-19. Urge, por lo tanto, contar con una estrategia alternativa que proporcione otro enfoque. Una que centre la atención en los grupos vulnerables, que cuente con las pruebas adecuadas para registrar los contagios, que posea los diagnósticos correctos, que proteja a los trabajadores de la salud, a los policías, a los comerciantes y transportistas imprescindibles, y, sobre todo, que supere los déficit hospitalarios y de equipamiento.
Pero lo preocupante es que, perdidos en su desorden, las autoridades hacen oídos sordos a estos reclamos y críticas. Hoy, hasta la prensa complaciente ya no deja de informar la creciente desazón ciudadana y la manifiesta incompetencia gubernamental. Cuales zombis despistados, anónimos Ministros cacarean libretos inteligibles, contrarios a la realidad. El triunfalismo original de Vizcarra, que lo convirtió en el showman noticioso del mediodía, no solo se va disipando, sino ahora escuchamos un farfullo hueco e insustancial, porque no hay nada serio que anunciar.
Paso a paso estamos concluyendo que el cambio de estrategia requerido, no lo hará la gavilla de incompetentes que rodean a Vizcarra. Insensibles al dolor popular quieren entornillarse en el poder. De no ser así, ya habrían renunciado admitiendo que el cargo pesa más que sus diminutas fuerzas y talentos. Le toca al Congreso, recientemente elegido, interpelar y censurar a estos ineptos, obligando al inquilino de Palacio a nombrar un Gabinete de verdad, de ancha base y calificado por el concurso de personalidades indiscutibles. Este nuevo equipo de gobierno tendría el respaldo de los grupos parlamentarios y el apoyo de la ciudadanía.