Desde que el presidente en apariencia, Joe Biden, fue forzado a renunciar por la cúpula del partido demócrata, hemos visto una escalada de popularidad artificial en la heredera de encomienda, la señora Kamala Harris. Los medios tradicionales en EE. UU. han tirado la imparcialidad por el inodoro y han comenzado a crear narrativas positivas alrededor de quien, meses atrás, era la vicepresidente con menor aprobación de la historia.
Lavarle la cara a “sleepy Joe” era una tarea imposible, así que decidieron perpetrar un enroque ilegal cuando vieron que su títere ya no era capaz de responder a los hilos. Pero ahora la estrategia va más allá. Desde que Donald Trump eligió a JD Vance como su ticket para asumir la Casa Blanca, el joven político de 39 años se ha convertido en el blanco de todos los portales de activismo progresistas, otrora llamados medios de comunicación.
Aprovechando la “luna de miel” de Kamala, los demócratas han comenzado a hacer algo que con la decrepitud de Joe Biden parecía imposible: atacar. Y su táctica principal en este momento es inundar a los medios afines a los demócratas (desde podcasts hasta cadenas de televisión como MSNBC y CNN) con referencias a que Vance es extraño. Todos los comentaristas “liberales”, senadores, gobernadores y aspirantes a compañero de fórmula de Harris están diciendo lo mismo una y otra vez: que el senador de Ohio es “raro”.
Pero, ¿qué hay de raro en Vane y Trump? ¿Y en todos los republicanos? Aman a su familia, aman a Dios y aman a su país. ¡Qué horror! Vance, además, ha tenido la osadía de ser un abanderado de la reproducción, lo que antes se llamaba “tener hijos”. Eso es inaceptable en este clima político, por supuesto. Ser tradicional y conservador es simplemente extraño. O, al menos, así lo quieren plasmar.
Lo persiguen, además, por esta declaración de 2021 que suscribo al 100%: «En realidad, estamos siendo gobernados en este país por los demócratas, a través de nuestros oligarcas corporativos, por un grupo de mujeres sin hijos que tienen gatos, que están miserables con sus propias vidas y las elecciones que han hecho, y por eso quieren hacer miserable al resto del país también.»
Por su parte, el gobierno demócrata ha tenido muchos alcances de normalidad en los últimos 4 años. Nombraron a Rachel Levine, un caballero disfrazado de mujer, como secretario de Salud. Nombraron a Sam Brinton como funcionario del departamento de Energía. Este señor fue despedido y luego arrestado por robar maletas y carteras en aeropuertos. Pero es un no binario que iba con tacos y vestido, así que tiene impunidad en nombre de la tolerancia. Además, en el día de la visibilidad trans, porque un mes no es suficiente, trajeron a un aquelarre de estos estrambóticos personajes a la Casa Blanca, honor antes reservado para héroes, líderes o personas de grandes logros.
Durante estos cuatro años de administración Trump–Harris, la bandera de EE. UU., que en el pasado era un ícono sagrado para los gringos, ha sido transformada en una reliquia de supremacía blanca y ha sido reemplazada, en centros educativos e instituciones gubernamentales, por la rimbombante multicolor.
Poligamia, poliamor, cambio de sexo en menores de edad, aborto indiscriminado, incremento de adicción a las drogas en estados demócratas, millones de inmigrantes ilegales y altísima inflación son otros de los hitos de esta administración que busca una continuidad. Pero los republicanos son los “raros”.