Por Javier González-Olaechea Franco
Cuando cumplió don Javier Pérez de Cuellar 90 años, a mi esposa Patricia y a mí nos invitaron a celebrarlo. Yo había sido estrecho colaborador suyo en su intento presidencial en 1995. Terminando la tarde, le hice una pregunta que tenía guardada después de haber leído sus memorias como ex Secretario General de las Naciones unidas. “Peregrinaje por la Paz” es un testimonio histórico de su labor global en favor de la resolución pacífica de los conflictos internacionales e internos de muchos países. Allí omitió explicar la razón de no haber postulado a un tercer mandato.
Terminando el segundo mandato, me contó el embajador en dicha tarde que lo invitó a almorzar Bush padre, “el inteligente”. Le dijo, señor secretario general, tiene Usted todos los votos del Consejo de Seguridad, le pido que postule a un tercer mandato. Sorprendido don Javier linterrogó al anfitrión, dígame por favor ¿por qué habría de hacerlo señor presidente?, a lo cual Bush le contestó, es que Usted no ha cometido ningún error. Silencio de por medio, con la calma que siempre lo ha caracterizado, Pérez de Cuéllar concluyó el asunto afirmando: ese sería entonces, señor presidente, mi primer error. No hubiera sido una reelección forzada, pero si habría sido un tercer mandato con final desgastado. El recambio, per se, es indiscutiblemente mejor que la prolongación indebida.
Las reelecciones presidenciales forzadas siempre terminan mal. La excepción más relevante que confirma la regla por excelencia en la región es la historia de los hermanos Castro. Dicho esto, Evo estaba condenado al fracaso. Forzó y forzó. Realizó interpretaciones auténticas y tensó las cuerdas hasta romperlas.
Hay reacciones e implicancias de todo tipo, internas e internacionales. Internamente, las calles celebrando, Evo y grupete en fuga, no hay sucesión presidencial, tribunos electorales correteados y como siempre, los militares inclinando la balanza. Bastó un delicado empujón de un jefe para que cayera Morales con una renuncia lamentable y penosa. Lamentable, porque Bolivia vive una crisis institucional mayúscula. Penosa, porque Evo no hizo un mal gobierno visto desde los resultados económicos y sociales. Bolivia no calcó a Venezuela. Evo no es lo estúpido y bufón que es Maduro. Evo desplegó un doble discurso. Griterío e histrionismo internacional y razonabilidad fiscal, económica y social localmente.
Expresa nota deben tomar políticos y militares. Los políticos dado que alterar los cauces constitucionales no puede sino traer enormes consecuencias políticas, económicas y sociales ya que el interregno y el malestar no hace más que achicar los bolsillos. El bolsillo es el órgano más sensible y memorioso del cuerpo humano. Pero como éste no es del mismo tamaño y profundidad para todos, los más perjudicados, como siempre, son los que menos tienen. Los militares terminan asumiendo el descrédito de hacer política de una u otra forma. Ambos, terminan, más temprano que tarde, rindiendo cuentas ante la justicia.
Internacional y puntualmente, tras la libertad de Lula y la proclama bolivariana de triunfo regional no duró ni una semana. La región, y dentro de cada país, la división es pasión, al igual que la religión y el fútbol. No hay razones, hay intereses siempre políticos y económicos. Y cómo vivimos en la Era Disruptiva, las imágenes se multiplican por millones atorando nuestros celulares de manera instantánea. Pasiones, intereses e imágenes confirman, una vez más, que la realidad es un complejo mundo de percepciones individuales y colectivas.
Es menester importar lecciones bolivianas y bolivarianas. Vivimos un tempus que ha puesto al tribunal constitucional peruano en la seria situación. Aquella de no definir en tiempo sustantivo lo sucedido el 30 de septiembre pasado, al punto que lo más probable es que sólo se pronuncie sin efecto retroactivo alguno. Algo bueno sin embargo ocurrirá. Sentará un precedente a futuro. Siquiera, alguito habremos ganado. Así seguiremos a trompicones evolucionando como sociedad política y reconstruyendo a pulso la democracia peruana.