El planeta está en cuarentena, el COVID-19 ha dejado estupefactos a líderes y ciudadanos, evidenciando la sorprendente debilidad de las entidades de gobierno y sector salud, nacionales y supranacionales y la nula articulación y coordinación entre países, pues cuando nos adentramos en cualquiera de ellos la imagen es tan escalofriante como la de aquellos cadáveres regados en las calles de un país vecino; en esta visión completa no hay mayor diferencia, considerando la escala y “nivel de desarrollo”, con respecto al promedio europeo y los sucesos en el hemisferio norte de nuestro continente.
Este escenario me provoca algunas preguntas: ¿El COVID-19 dará lugar a un antes y un después al término de esta pandemia?, ¿podremos decir que los humanos seremos distintos, habremos cambiado en algo luego de esta global experiencia sanitaria?, ¿hasta qué grado el coronavirus habrá afectado nuestra estructura humana, me refiero a nuestro nivel de consciencia sobre la existencia del otro, y el convencimiento que su tranquilidad, su felicidad, consolida la mía, la nuestra?, ¿estaremos en la capacidad política y humana de implementar las lecciones aprendidas de esta desgarradora experiencia que ha expuesto la “ignorancia y estupidez” de la clase política?
En tanto no exista una vacuna que de término a esta pandemia, la cuarentena global obliga al cierre de fronteras, nos lleva al escenario teórico de la economía: la autarquía, donde un país, una región o finalmente un territorio se autoabastece, no intercambia con otros, produce lo que necesita, no por un radicalismo político sino por el pánico a la expansión del contagio, el comercio internacional se contrae, ¿broma?, como dato, el 14 de enero pasado el metal cobre se cotizaba en el mercado internacional en US$ 2.862, hoy día está en US$ 2.164, es decir su precio cayó en 24.4%, China es el principal comprador de este metal en el mundo (donde nace esta pandemia y actualmente con sus fronteras cerradas) y para nosotros es nuestro principal producto de exportación; otro dato, para el incrédulo, durante todo el 2019 arribaron[1] al Santuario Histórico de Machu Picchu 1’215,621 turistas extranjeros, generando una dinámica económica a nivel nacional cuantificable en US$ 20,838 millones o el equivalente al 9.8% del Producto Bruto Interno del país, según el Consejo Mundial del Viaje y el Turismo (WTTC), hoy día varios de los países de procedencia de estos turistas tienen sus fronteras cerradas, es decir, para el 2020 dejaríamos de contar con este aporte en el PBI, sumado al cobre, entre otros productos y servicios de exportación, además de la paralización interna consecuencia de la cuarentena, la caída del PBI nacional para el 2020 está más que garantizada, el detalle está en cuánto caeremos, en menos 2% ó en menos 3% y algo más?
Es más que evidente, el cierre de fronteras, la cuarentena, las prohibiciones o restricciones para la libre circulación del ciudadano (toque de queda), alteran de manera sustantiva el normal funcionamiento de los mercados, hábitat en cuyas estructuras se genera la dinámica económica desde siempre, hasta en sus conceptos más primitivos (en el orden político, económico e institucional que hoy opera el planeta, es imposible prescindir de ese espacio); por la magnitud de este problema sanitario es de esperar que al día siguiente de la culminación de la cuarentena las restricciones continuarán por varios meses y no solo en Perú, también en nuestros vecinos y compradores de nuestras exportaciones de bienes y servicios, ergo, estamos en problemas.
Y los problemas rayan el umbral económico hacia el espectro social donde la gravedad es mayor en tanto pone en riesgo la salud y vida del ciudadano; ¿evidencias? esta dramática realidad está bien resumida en el título de un documento[2] “Barreras para una atención eficaz en los hospitales de referencia del Ministerio de Salud del Perú: atendiendo pacientes en el siglo XXI con recursos del siglo XX”, que entre sus conclusiones menciona la carencia de equipamiento, insumos y medicamentos afectando la equidad en la atención y capacidad para la resolución de patologías de gravedad, ejemplo una pandemia; al respecto algunos datos, según estadística del MINSA al 2017 teníamos algo más de 24 mil médicos[3] (un médico por cada 1,300 habitantes, sin considerar los niveles de concentración en Lima y la costa), y otro más, durante el 2019 el sector salud ejecutó[4] un presupuesto apenas equivalente al 2.38% del PBI, definitivamente más que insuficiente.
En todo este embrollo preocupan las opiniones del gobierno nacional cuando se expresa sobre la sólida economía del país resumiendo nuestra buena estabilidad macroeconómica en los US$ 69 mil millones en la Reserva Internacional Neta o en el 26.7% de deuda pública respecto al PBI. Entonces, si dizque “estamos tan bien” ¿quién nos explica los datos del párrafo anterior? Este comentario miope resume que la clase política y la alta burocracia no terminan de leer y menos entender las lecciones que ya nos viene dejando esta pandemia, para mañana necesitamos un país con una estructura en servicios públicos integrales realmente humana, al servicio del ciudadano. Hay que revisar las prioridades políticas, hacerlas empáticas con el ciudadano de a pie, con todos aquellos que todavía no acceden ni disfrutan de los derechos humanos de calidad y sostenibles.
Es urgente la definición de políticas y estrategias de muy corto y corto plazo para que en cada familia vuelva la tranquilidad económica y social y en aquellos que nunca la tuvieron entonces la tengan. Reactivemos la economía centrando los recursos principalmente en la modernización de todos los servicios públicos, en especial el sistema de salud, en toda su estructura, desde la infraestructura, procedimientos, equipamiento, insumos, suministros y también importante, mejorando aún más la calidad y cantidad del recurso humano médico equitativamente distribuido en todo el territorio del país; acompañado del uso intenso de la tecnología de la información y comunicación además de incrementar nuestra endeble capacidad de innovación (estamos[5] en el puesto 89 sobre 140 países) al servicio de cada ciudadano. Modernicemos el Servicio Militar ampliándolo a obligatorio, con un fuerte componente en salud pública, el enemigo es otro, está en el cambio climático y sus consecuencias en los desastres naturales donde una pandemia puede ser una de las consecuencias. Recuperemos esos miles de millones en impuestos dejados de cobrar por lobbies y deficiencias en el sistema tributario, mano dura a aquellos que se quieren seguir llevando esos otros miles de millones en la corrupción, todos pagamos estas facturas y encima sin poder trabajar, sin libertad, desde el pánico, con el riesgo a la salud y la vida. Debemos replantear nuestra razón de ser como país, como nación, en un mundo hiperglobalizado, altamente complejo, de lo contrario, mejor “que caiga el meteorito”.
[1] MINCETUR. Reporte mensual de turismo – Diciembre 2019.
[2] SOTO, Alonso. En: Revista Peruana de Medicina Experimental y Salud Pública. Vol. 36 N° 2. Lima jun/sept. 2019.
[3] Estadísticas del MINSA – 2017.
[4] Varias fuentes del Ministerio de Economía y Finanzas.
[5] WORLD ECONOMIC FORUM. The global competitiveness report 2018.