Vivimos en una época donde etiquetar al adversario político se ha convertido en una herramienta fácil para simplificar y descalificar a quien piensa diferente, la tendencia a usar términos como “caviar” o “facho” no solo empobrece el debate, sino que promueve un clima de intolerancia que reemplaza la conversación y el entendimiento con divisiones estériles.
Como alguien de derecha, me preocupa que estas etiquetas se hayan vuelto la norma, especialmente cuando obstaculizan la posibilidad de construir consensos sólidos y fructíferos.
Es cierto que existe un grupo de «izquierda democrárica» que, en ocasiones, parece desconectado de la realidad; este sector, compuesto en gran medida por académicos e intelectuales puede que tenga buenas intenciones; sin embargo, sus propuestas están enmarcadas en modelos abstractos que no se alinean con las necesidades prácticas de la sociedad, sus visiones a menudo carecen de la conexión con las experiencias cotidianas de la población y se limitan a debates internos sin una traducción efectiva a la realidad del país.
Esto no implica que sus ideas no tengan algún valor pero su impacto nulo si no logran aterrizar en soluciones aplicables.
La política y los cambios sociales requieren un enfoque que equilibre teoría y práctica, solo así es posible diseñar propuestas que respondan a las necesidades de la gente, acercando al país a una verdadera justicia en lugar de alimentar divisiones ideológicas.
Las etiquetas no solo bloquean el debate, sino que erosionan la posibilidad de construir consensos; al reducir a las personas a estereotipos simplistas, como «caviares» o «fachos,» se pierde la oportunidad de reconocer los puntos en común que podrían unirnos.
Una sociedad que fomente el respeto y el entendimiento entre quienes piensan diferente tiene mayor probabilidad de desarrollar soluciones justas y duraderas; si dejamos de ver a las personas como “enemigos ideológicos” y empezamos a valorar sus motivaciones, nos acercaremos a un modelo donde el diálogo enriquezca, en lugar de dividir.
Si deseamos construir una sociedad equitativa, debemos superar el hábito de etiquetar y simplificar, tanto la izquierda como la derecha pueden fortalecerse si aceptan la diversidad de ideas dentro de sus propios sectores y promueven un diálogo que valore el entendimiento sobre la división.
Las etiquetas, al final, son solo un recurso fácil que nos aparta de lo verdaderamente importante: encontrar puntos de acuerdo, aprender de la experiencia del otro y construir una sociedad basada en consensos y soluciones realistas.