Se dice de Einstein que alguna vez le preguntaron qué haría si su vida dependiera de la solución de un problema, y le diesen una hora. Los primeros 59 minutos, respondió, los dedicaría a hacer la pregunta correcta, y el último a encontrarle una respuesta.
No puede haber un tema (en los últimos…) acerca del cual se haya escrito tanto y en tan poco tiempo (¿cuatro meses?) como el del Coronavirus. Nadie parece tener la pregunta correcta a la solución del problema. Y no solo eso, sino que nadie en los centros de poder ha puesto en los platillos de una balanza los pro y los contra de tal o cual decisión. (Si lo hubiesen hecho quizás hubieran seguido el rumbo de Suecia.)
El Covid-19 es mucho menos infeccioso que, por ejemplo, las paperas, la que, según los entendidos en la materia, tiene un RO de entre 10 y 12. (Tasa Reproductiva Básica: En una población en la que no hay inmunidad al virus, toda persona infectada contagiaría a entre 10 y 12 personas.) El Covid-19 tiene un RO-3%. En el peor escenario, cuenta con una tasa de mortalidad de entre 0.5 y 1%. Y una vez más, según cierto grupo de expertos, si el 70% de la población se contagiara, entre un 0.35% y un 0.7% de la población “podría morir”.
Si uno compara el número de muertos del virus en Perú, Estados y Suecia (país que optó por el “aislamiento social voluntario”, a diferencia de prácticamente el resto del mundo), los platillos de la balanza pareciera que se inclinan marcadamente hacia un lado: Perú largamente pareciera que hubiese hecho un mejor trabajo que los otros dos en combatir la pandemia. Quizás. Pero la pregunta de Einstein en cuatro meses todavía no obtiene respuesta. Como porcentaje de muertes sobre población hay 12 y15 veces más en Estados Unidos y en Suecia, respectivamente que en nuestro país. Pero ese es solo un platillo de la balanza. En Perú, en cuarentena y con toque de queda, y con 70% de economía informal, qué encontraremos (de actividad económica) una vez que ésta se levante ni Einstein podría pronosticar.
Historias de terror cuentan los taxistas de los peruanos de menores recursos, los que viven del día a día, que de los distritos periféricos a los distritos de mayores recursos se tienen que trasladar en cuanto medio de movilidad les sea posible para llevar a la mesa algo más que un pan. Llorar, implorar al soldado o policía (que cumple con su trabajo) que le pide el permiso de tránsito, que ese permiso no lo pudo conseguir, o no trabajar, ese día es un día más de hambre… mientras llegue a su casa la generosa ayuda del Gobierno.
Un mismo país. Una misma balanza, con platillos que nuestros políticos, por mejores intenciones que puedan tener, no saben cómo hacer para que el punto de apoyo de ésta no acabe en el piso. Una balanza es siempre una balanza. Solo cambian las intenciones. Nunca las definiciones, las medidas, las unidades.