Internacional

Encuentro para servir a los demás

“Dios está en todas partes, menos entre los políticos”, es una frase que podría suscribir la mayoría de creyentes en cualquier lugar. Pero ese prejuicio se me derrumbó en el Encuentro Internacional de Políticos Católicos que tuvo lugar en Madrid del 3 al 5 de septiembre, gracias a la hospitalidad de su Arzobispo, el Cardenal Carlos Osoro, a la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos y la Fundación Konrad Adenauer.

Más de 70 políticos de toda Latinoamérica, de España, Portugal, Italia, Croacia, Guinea Ecuatorial, de todas las tendencias, fuimos a Madrid para participar en algo tan sencillo como infrecuente en la política actual: un encuentro entre amigos. No se trató de un mitin de partidarios, ni de una caja de resonancia para consignas, ni de un debate de esos que gustan a quienes, como yo, hemos sido parlamentarios. Fue, simple y poderosamente, un encuentro entre seres humanos que trabajamos en política, en distintas ideologías, regiones y niveles de gestión, pero que compartimos algo esencial: intentar, con todas nuestras limitaciones, de ser católicos al servicio de nuestro prójimo.

Durante tres días de interpelantes intervenciones, incluyendo la del Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede, una duda persistía en algunos de nosotros: ¿cómo reconciliar el llamado del Papa Francisco a la cultura del encuentro con la necesidad, tan mundana como irremediable, de levantar liderazgos con apoyo electoral? ¿Cómo ser puentes sin renunciar a nuestros valores? ¿Cómo conjugar el mensaje de Jesús, que nos convoca como hermanos, todos hijos de un solo Dios Padre, con su anuncio de que ha venido a traer la espada y la división a este mundo?

Luego de escuchar las reflexiones de varios líderes, con sus preocupaciones cotidianas en la política local, me parece que no podemos confundir la cultura del encuentro con una cultura del silencio. Para encontrarse, hay que dialogar, y para dialogar, hay que tener la valentía de hablar claro. Eso sí: con frontalidad, no con insultos; con encuentro, no con encontrones. Y ese diálogo solo rinde frutos cuando es movido por el deseo sincero de buscar la verdad desde múltiples perspectivas. Un encuentro que huye de la verdad cae en el relativismo, donde todo vale —o nada, que es lo mismo—; al contrario, imponer la verdad sin abrirse al encuentro conduce al totalitarismo del pensamiento único.

Ahora bien, la cultura del encuentro, cuando se da en el marco de la política, debe tener un fin concreto: el servicio. Por eso, el encuentro también debe ser con aquellos a quienes se busca servir. No basta dialogar entre políticos —¡aunque cuánta falta hace!—: hay que dialogar entre todos los actores de la sociedad, que juntos estamos llamados a construir el bien común. El encuentro, por tanto, debe ser profundamente popular. Para ello, hay que desechar el apelativo fácil de “populista” a todo lo que disgusta a ciertas élites —si los fariseos vivieran en nuestro tiempo, también habrián acusado de populista al mismo Jesús—: la política del encuentro debe estar enraizada en las urgencias populares, sin caer jamás en la acepción negativa de populismo, que se confunde con la demagogia, la ignorancia y el maniqueísmo de “nosotros contra todos los demás”. Como bien decía Rocco Buttiglione, el pastor debe oler a oveja, pero debe ser siendo pastor si quiere liderar. Lo que merece el mundo actual son políticos con cabeza de élite y alma de pueblo, que trabajen por el bien común sirviendo día a día a los demás.

* Ex Asambleista Nacional del Ecuador y miembro de la Academia de Líderes Católicos