La disputa por el pisco entre Perú y Chile no solo es un conflicto histórico y cultural, sino también una batalla comercial con grandes implicancias económicas.
Ambos países han desarrollado una industria en torno a esta bebida, buscando consolidar su presencia en los mercados internacionales y asegurarse una ventaja competitiva en el sector.
En diciembre de 2024, la UNESCO incorporó manuscritos coloniales en su registro regional que respaldan el origen peruano del pisco; estos documentos, fechados entre 1587 y 1613, describen la producción y el comercio del aguardiente de uva en Perú. Este reconocimiento internacional ha fortalecido la posición peruana en la disputa y ha impulsado estrategias comerciales para ampliar su alcance global.
Chile, por su parte, ha respondido con una ofensiva propia. Recientemente, la UNESCO incluyó el Paisaje Cultural Vitivinícola del Pisco Chileno en su Lista Tentativa, un primer paso hacia su reconocimiento como Patrimonio Mundial. Con ello, el país sureño busca proteger y dar mayor visibilidad a su industria pisquera, fortaleciendo su identidad y asegurando una mayor demanda internacional.
Las implicancias comerciales de esta disputa son significativas. Perú ha logrado que su denominación de origen sea reconocida en múltiples mercados, lo que le permite proteger su exclusividad en diversas regiones. Mientras tanto, Chile ha conseguido acuerdos comerciales en los que su pisco es aceptado con esa denominación; en la práctica, esto significa que en algunos países los consumidores pueden encontrar dos productos etiquetados como pisco, pero provenientes de diferentes naciones, lo que genera confusión y abre un frente de competencia directa.
La producción chilena de pisco alcanza los 35-40 millones de litros al año, con una estructura comercial que involucra a pequeñas cooperativas y grandes productores. Su estrategia ha sido expandirse en mercados con menos regulaciones en denominaciones de origen, aprovechando tratados comerciales que le permiten acceder a nuevas oportunidades. Perú, en cambio, ha apostado por la diferenciación basada en la autenticidad histórica y en la calidad del producto, destacando la singularidad de sus cepas y la tradición ancestral que respalda su elaboración.
Más allá de los debates patrimoniales, esta guerra comercial entre Perú y Chile tiene un impacto directo en los productores y en la percepción de los consumidores internacionales. El reconocimiento de la UNESCO, las regulaciones sobre denominaciones de origen y los acuerdos comerciales seguirán determinando la dirección de esta disputa en los próximos años. Lo que está en juego no es solo la historia del pisco, sino su futuro en el mercado global.