Mariana Escobar, representante de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en el Perú, conversó con Altavoz y dijo que, aunque es estructural la situación de pobreza en las áreas rurales, el problema de la pobreza urbana tiene una fuerte carga de profundidad. Señala que los niveles de inseguridad alimentaria de las comunidades rurales, de los pueblos indígenas, es cada vez mayor, por lo que se requiere la urgente presencia y respuesta del Estado.
—Las cifras de pobreza y pobreza extrema duelen y esto se asocia con el hambre. ¿Cuáles son sus reflexiones sobre las recientes cifras que dan cuenta del incremento de ambos indicadores?
—La publicación de la cifra es bien dura. Varios expertos ya se habían anticipado y la cifra que finalmente publicó el INEI está dentro de la proyección, lo que muestra que el país no logra ubicarse a niveles pre pandemia. Es un tema terrible, obviamente el país no lo ha tenido fácil, hubo una cadena bien compleja de procesos acumulativos, porque no solo ocurre que personas que ya están en pobreza se empobrecen aún más, sino que, y es una cosa dramática lo que le ha pasado al Perú, es la caída de su clase media, que es súper complejo porque construir clase media es complejísimo. Y además hay crecimiento de la pobreza en los sectores urbanos.
—Eso es terrible.
—El Perú tiene un problema de pobreza rural que es estructural, que es muy parecido a lo que pasa en casi todos los países de América Latina, sobre todo en las zonas más vulnerables, aquí en la sierra, en la selva. Es una pobreza que a veces crece, disminuye un poco, pero es estructuralmente pobre; es decir, están ahí por décadas. El problema de la pobreza urbana tiene una carga de profundidad muy fuerte. Con el golpe de la pandemia y todo lo que vino después hizo que la caída sea muy rápida y no responde necesariamente a temas tan estructurales como en el área rural, pero el golpe es durísimo.
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—¿Qué incidió en ese golpe duro para esas cifras de pobreza urbana?
—Aquí hubo problemas sociales, una crisis climática muy fuerte, con todo el tema del Niño, el ciclón Yaku, la sequía prolongada en la sierra, y también el país entró en recesión técnica económica el año pasado. Todo esto fue como una tormenta perfecta para el Perú.
—Y obviamente hubo una caída de la inversión, una caída en sectores productivos, y cuando cae la inversión no se genera empleo, entonces ahí hay un problema. Y la pobreza precisamente está ligada con la alimentación, la gente no tiene los recursos necesarios para suplir la canasta básica de alimentos. ¿Qué comentario tiene?
—Es la gran paradoja de un país como Perú, que es productor neto y exportador de alimentos, con todo este milagro de la gastronomía, que tenga una dieta saludable tan costosa. La dieta saludable más cara de la región está en los países del Caribe, pero en el Perú es alta. Está por el orden de 3,8 dólares por persona al día, y es un costo altísimo. Cuando la gente cae en pobreza, va perdiendo el sustento de sus medios de vida, no tiene empleo, etc., o su empleo se precariza demasiado y naturalmente no tiene los recursos para acceder a este tipo de dieta, por lo cual compra alimentos ultra procesados, que son mucho más baratos y ahí se generan otros problemas asociados a la inseguridad alimentaria, que tiene que ver con el sobrepeso, la obesidad, y obviamente, el factor preocupante ahora con la anemia.
—¿Se acrecienta la inseguridad alimentaria con estas recientes cifras sobre pobreza y pobreza extrema?
—Habría que ver los cálculos de lo que pasó en el 2023 con la seguridad alimentaria del Perú, pero van de la mano, definitivamente.
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—El economista Hernán Garrido-Lecca argumenta que la pobreza la puede resolver el mercado, pero la pobreza extrema solo la puede resolver el Estado, sobre todo en lugares donde hay dispersión de la población, en localidades con muy pocos habitantes donde no llega el mercado ni mucho menos el Estado. ¿Qué opinión tiene?
—Yo creo que los canales son los de la protección social. Obviamente, claro, la pobreza extrema está primordialmente ubicada en las zonas rurales.
—Y más en los lugares donde hay dispersión de la población.
—Claro, en las zonas altoandinas, en estas zonas de gran altura.
—Y en selva.
—Y en la selva, por supuesto. Si uno entra a la selva hay lugares donde hay comunidades de 15 habitantes, y la próxima comunidad se encuentra a 200 kilómetros por río, digamos, hasta llegar a la siguiente comunidad.
—En estas localidades el mercado no puede atender a esa población, porque por más que haya crecimiento económico, sus efectos no lo van a sentir los pobladores. No hay asistencia del Estado ni del mercado, por lo tanto, siempre van a mantenerse en situación de pobreza extrema.
—Sí, yo creo que para esto están los subsidios que se entregan en el marco de los programas de protección social. Pero creo que, por ejemplo, en la selva y en las zonas altoandinas, todo lo que se pueda invertir y avanzar en conservación de ecosistemas, en la protección de bosques y de las fuentes de agua, van a ser sustantivas porque, por lo menos, ello puede ayudar a garantizar la seguridad alimentaria propia. Existe la idea de que en el campo el pequeño agricultor que está en situación de pobreza, tiene su chacra y sus cuyes. Hay esa visión, yo diría romántica, porque es una visión de subsistencia, pero esa misma visión de subsistencia ya no es tan así.
—¿Y qué cambió al respecto?
—Los niveles de inseguridad alimentaria de las comunidades rurales, de los pueblos indígenas, es cada vez mayor, precisamente, por el impacto que tienen los efectos del cambio climático y de la degradación de suelos, de la destrucción de bosques, de la contaminación del agua. En las comunidades en las zonas de selva, por cuenta de fenómenos como la minería criminal, por ejemplo, el agua llega contaminada, se contaminan los ríos, los pozos de agua y la pesca que es parte de su seguridad alimentaria, y esa está cargada de mercurio y no es apta para el consumo humano. Las comunidades se van adaptando también a eso, pero son comunidades enfermas, que tienen altísimos niveles de mercurio en la sangre. Además, los suelos degradados no van a producir lo mismo que hace 15 años. Si llueve mucho pierden la cosecha y si no llueve también la pierden, entonces se pierde también la seguridad alimentaria. Y ahí se requiere la respuesta y la presencia del Estado.
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—Y qué debe hacerse para posibilitar sostenibilidad agraria en el país, porque es importante darle sostenibilidad a nuestra agricultura familiar…
—Hay varios temas en los que se tiene que trabajar. Uno esencial es el fortalecimiento de la resiliencia, porque son más de dos millones de productores y productoras de la agricultura familiar que son quienes más sufren los efectos del cambio climático, de los desastres naturales. Por ejemplo, el impacto de El Niño, el año pasado, fue tremendo. Afectó toda la agricultura, la exportación y la pequeña agricultura. Pero obviamente, la capacidad de recuperación del pequeño agricultor es muchísimo más lenta que la de toda la industria que se ubica en la costa, por ejemplo. Además, el cambio climático llegó para quedarse. El futuro no pinta muy promisorio y la frecuencia de fenómenos del Niño, de la Niña, de sequías, etc., seguirá agudizando el problema y los que más van a seguir sufriendo son los productores. La resiliencia es fundamental y es un llamado de la FAO a nivel global por fortalecerla.
—¿Y qué se requiere para ello?
—Obviamente pasa por mucha inversión desde lo público, para mejorar la productividad, mejorar la salud de los suelos, donde hay un nivel de deterioro muy importante en el Perú.
—¿Y ese trabajo le compete fundamentalmente al Estado, pero también con participación del sector privado?
—Sí, primordialmente, al Estado. Ahora que hay estos anuncios de revitalización de varios marcos de políticas sectoriales, creemos desde la FAO que es fundamental hacer una apuesta por eso.
—¿Qué implica este trabajo?
—Una mejor gestión del agua, una mejor gestión de los bosques, de los suelos donde hay alto deterioro, porque si no, la agricultura no va a ser posible en el futuro si no se atiende realmente a esto. Hay que hacer mucha inversión en tecnología, en agricultura de precisión. La pequeña agricultura produce en espacios muy pequeños y tiene limitaciones de productividad muy altas, pero hay tecnología disponible para hacerlo. Yo creo que hay que generar ese puente entre las tecnologías existentes para resolver los problemas de la pequeña agricultura y entregar soluciones para una mayor productividad, para mayor acceso a los mercados.
—¿Y qué tanto potencial tiene la agricultura familiar?
—El potencial de la agricultura familiar en el Perú es enorme. Hay una producción que tiene sustento en la agrobiodiversidad que es extraordinaria en este país, con productos únicos a nivel global que tienen valor diferenciado y un nicho casi único en los mercados no solo nacionales sino internacionales, y hay que tratar de llevarlos allá.
—Para ello se requiere de alianzas también con el sector privado…
—Que son fundamentales. Los actores privados han tenido mucha capacidad de desarrollar innovación, agricultura digital, mucha tecnología al servicio, por ejemplo, esta capacidad de producir en zonas tan áridas como en la costa, etc., Son muchas las soluciones que pueden hacer de tránsito hacia los pequeños productores. También es importante la forma como se encadenan de manera mucho más eficiente a estas autopistas de mercado exterior que generó la agroexportación.
—¿Cuáles son los riesgos para la agricultura familiar?
—Hay riesgos muy fuertes y hay oportunidades porque hay que hacerlo. Sobre todo, los riesgos asociados al cambio climático y a la degradación de los recursos naturales y de los ecosistemas que sí ponen en altísimo riesgo la supervivencia de la agricultura familiar.
—¿Y hay riesgos desde el actuar del Estado, desde las entidades del gobierno, por los cambios en la legislación para favorecer a ciertos sectores y a otros no, por ejemplo?
—Lo que entiendo es que se habló de hacer unos cambios en algunos marcos normativos, pero hay otras cadenas de marcos normativos, de leyes, de normas que existen en el Perú que están para beneficiar a los pequeños productores. Hay que buscar un equilibrio óptimo, porque claro, la agricultura es un universo y tiene diferentes expresiones, diferentes tamaños. Es importante que todos tengan beneficios y lo fundamental es que las cargas sean equilibradas. Obviamente, los agricultores familiares tienen menores beneficios porque todavía hay brechas grandes de acceso, por ejemplo, a servicios de asistencia técnica que están muy bajas en Perú. Están los marcos para hacerlo y la misma política está para hacerlo, está el Plan Nacional de Agricultura Familiar que sigue vigente, se está renovando en el marco de la Estrategia Nacional de Seguridad Alimentaria que comprende múltiples acciones para fortalecer la agricultura familiar. Yo creo que se debe generar mayores eficiencias en el marco del Estado y en la forma como se entregan los recursos públicos, por ejemplo, a través de los fondos concursables, que son herramientas bien potentes para hacerlo, y tal vez una mejor coordinación con los niveles regionales y locales, que creo son dificultades propias de los procesos de descentralización.
—En todo este marco, la FAO y el gobierno tienen una suerte de Marco de Programación País.
—Sí, así es.
—¿De qué se trata y cuáles son las prioridades estratégicas que tiene este instrumento?
—Básicamente la de garantizar la seguridad alimentaria y nutricional de la población, dinamizar el desarrollo rural, que tiene todas las agendas de desarrollo productivo, desarrollo económico, con mucho énfasis en las agendas de género, en agendas de jóvenes y la agenda de resiliencia. La adaptación al cambio climático, cómo se trabaja hacia los sistemas de alerta temprana, multi riesgo, que permitan preparar a las comunidades, a las poblaciones, frente a los impactos de desastres naturales, o de riesgo de desastres naturales, o de efectos de cambio climático. Esos tres son básicamente los pilares.
—De estos pilares, ¿cuál debe priorizarse?
—No. No hay uno que esté por encima del otro, y esto está inscrito como una visión de urgencia para transformar los sistemas alimentarios del Perú. Se hace una tarea global, porque lo que pasa en el Perú está pasando en muchas partes del mundo, con diferentes características. No se puede ajustar una pieza acá y dejar de ajustar otras. El problema del hambre no solamente se resuelve entregando una canasta de alimentos. Si no tienes impacto sobre el medio ambiente, si no generas mayor adaptación al cambio climático, si no das más asistencia técnica, si no buscas que el precio de la dieta saludable baje, modernizando, por ejemplo, los canales de suministro, que creo es uno de los factores que encarecen los alimentos en el Perú, vamos a seguir en un ambiente de inseguridad alimentaria muy elevado. Hay países en otros lugares del mundo, en África, por ejemplo, donde los problemas de inseguridad alimentaria están relacionados con la falta de disponibilidad física de alimentos, porque no se producen alimentos. En el Caribe, por no ir más lejos, países que vivieron durante décadas del turismo y que redujeron su producción agrícola porque los ingresos del turismo les permitían comprar alimentos. Vino la pandemia, se murió el turismo y su recuperación global es lenta. En el Perú no regresa a niveles de prepandemia y en el Caribe tampoco regresan a niveles de prepandemia y no producen alimentos. Eso es lo que pasa.
—¿En este programa trabajan directamente con qué sectores en el país?
— Primordialmente con el Gobierno. Es el mandato de las Naciones Unidas, la de asistir al Gobierno. Trabajamos con cinco sectores, con Agricultura y Desarrollo Agrario, con Producción, Ambiente, Salud y Desarrollo e Inclusión Social. Pero también con los Gobiernos Regionales y Locales. Estamos trabajando con la academia, con el sector privado y con la sociedad civil.
—Una labor concertada…
—Y de hecho, este Marco de Programación País fue trabajado y construido con el Gobierno y consultado con otros actores. Es también producto de una suerte de consenso. Los gobiernos no pueden resolver solo los retos de transformar los sistemas agroalimentarios. Yo creo que el problema del hambre y de la inseguridad alimentaria están ubicándose en el primer lugar de la preocupación global.
—Cada vez preocupa más.
—La seguridad alimentaria mundial y la agenda del hambre son los problemas que más preocupan a la humanidad y que deben preocupar a la humanidad. Es una realidad que la seguridad alimentaria del mundo está en riesgo. No quiero, con esto, sonar catastrófica ni apocalíptica, ni mucho menos.
—Pero es una realidad.
—Así es, y al mismo tiempo, hay muchas fuerzas que se están moviendo en la dirección correcta. Gobiernos que tienen la visión correcta, sector privado que entiende su papel en momentos de crisis como este, una sociedad civil global, regional, nacional, muy dinámica, muy activa, una academia con una capacidad de generar conocimiento y desarrollo científico al servicio de los problemas del mundo. Entonces, hay con qué, pero es importante ubicarse en el tamaño de los problemas que enfrentamos, pero también hay capacidad extraordinaria para ponerse al frente.
—Para este trabajo tan importante se requiere de recursos económicos. El Estado tiene lo suyo, pero ¿la FAO participa aportando recursos económicos? ¿Qué han previsto al respecto?
—La FAO, para aclarar, no es un organismo de financiamiento. Es un organismo de asistencia técnica, pero, por ejemplo, en este momento, la FAO está aportando al Perú con una cartera de US$ 40 millones en proyectos y tenemos pensado ampliarla.
—¿Reembolsable?
—No, no es reembolsable. No somos organismo de financiamiento, es un aporte de la FAO y que lo moviliza ante los fondos climáticos, otros cooperantes, la banca multilateral, etc. Y estamos previendo que de aquí al 2026, que es el plazo de este Marco de Programación País, podemos ampliarlo con US$ 25 millones adicionales, esperemos que sea más. Estamos en la tarea permanente de movilizar recursos, de sumar actores para apuntar a estas tres estrategias en el Marco de Programación País.
—¿Y hay contraparte del Estado?
—Nosotros no exigimos una contrapartida, estos recursos los ponemos a navegar sobre las políticas públicas. Y obviamente a esto se suman todos los intangibles, que son la experticia de la FAO en varios temas, no solo a nivel del Perú, sino a nivel de la región y a nivel global, la capacidad de hacer circular buenas prácticas y buenas experiencias. La FAO trabaja en más de 130 países a nivel global, es una comunidad no solo de conocimiento, sino de gestión, de implementación, donde hay aprendizajes muy importantes. Eso es lo que ofrece la FAO.
—Y para el 2026, ¿cuáles son los indicadores que se espera alcanzar luego de este trabajo concertado con las entidades que usted señaló?
—Es complejo afectar los macro indicadores. Dentro del mar de situaciones que hay que resolver, es un apoyo. No sé si US$ 70 millones, US$ 100 millones van a resolver el problema. Yo creo que el grueso está en la inversión pública, más otras cosas que puedan sumar. Pero la idea es seguir avanzando en los indicadores básicos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Que es importante y donde el Gobierno del Perú tiene un compromiso claro e inequívoco con la Agenda 2030.
—¿Cuáles son las recomendaciones de la FAO a las autoridades del país?
—Hay que hacer un esfuerzo, y creo que el Gobierno está en ese proceso, pero es más fácil decirlo que hacerlo, y es cualificar el proceso de descentralización, porque los problemas asociados a la agricultura y a la alimentación se resuelven en el territorio. Lima está muy lejos de los territorios, y uno no puede esperar que un ministerio resuelva los problemas de la agricultura desde Lima. Y para eso se han pensado los esquemas de descentralización que funciona con muchas dificultades, no solo en Perú sino en toda la región. Pero hay que hacer un esfuerzo importante por fortalecer el proceso de descentralización. Hay una parte muy importante de recursos del sector que están descentralizados, se han descentralizado también unas funciones y unas competencias, y hay que ayudar a fortalecerlas. No todos los gobiernos regionales están en la misma capacidad de gestión. Hay unos que tienen más fuerza que otros. Creo que hay que apoyar mucho en eso y FAO está muy comprometida con esa agenda.
—¿De qué depende el buen uso de los recursos en las regiones?
—En la medida en que se pueda fortalecer la agenda de descentralización y obviamente que se logre capturar, en el buen sentido de la palabra, la buena voluntad política de los Gobiernos Regionales y Locales, se puede destrabar muchísimo la gestión de los recursos públicos y lograr los objetivos que tiene también el gobierno del Perú, que son objetivos también bien grandes y que es mucho más complejo llevarlos a cabo.
—De otro lado, se viene el 30 de mayo, el Día Internacional de la Papa.
—Así es.
—Nuestra papa salvó varias veces al mundo de la hambruna. ¿Qué se planificó hacer sobre ello? —El liderazgo del Día Internacional de la Papa lo lleva el gobierno del Perú. Fue el gobierno del Perú el que propuso la creación del día, que fue apoyada por 65 países a nivel global y fue sancionada en la Asamblea General de Naciones Unidas el año pasado. Va a ser el 30 de mayo. Hay una ceremonia en Roma, en la sede de la FAO con el director general, donde estará el ministro de Agricultura. Y será en simultáneo con Nueva York, con la Asamblea General. En Lima habrá dos actividades, y estamos afinando los detalles. Sí es un tema importante y en las regiones hay muchas iniciativas también para celebrar, digamos, este día tan importante.