Si tuviéramos que diseñar el país perfecto, elegiríamos un clima paradisíaco, con playas y montañas espectaculares, un suelo que produzca riquezas y todos los recursos naturales. Le asignaríamos una población alegre, genuina y talentosa. Sobre todo, le daríamos una historia legendaria, llena de héroes que hayan liberado un continente. Sería un lugar donde el pueblo no tuviera razones para padecer, y ante todo, necesidad de migrar. En teoría, sería el cielo en la tierra. Lamentablemente, ese país existe, y a mi pesar, los resultados han sido contrarios. En el centro del hemisferio occidental se encuentra Venezuela, el país bendecido por la naturaleza. Sean los recursos minerales, el Orinoco o el archipiélago Los Roques, el suelo venezolano ha sido afortunado. En temas socioculturales, de Venezuela partió la liberación de América Latina, lo cual cambió el rumbo de la historia. Además, en el siglo XIX, Venezuela llegó a grandes niveles de desarrollo económico, superando a Argentina y España. No obstante, hoy la realidad es otra. Los recursos naturales de este hermoso país han sido explotados y descuidados. El suelo donde los ciudadanos de bien construyeron un país próspero se ha convertido en una guarida de narco-terroristas. Los venezolanos de a pie viven atormentados por los estereotipos delincuenciales. Como resultado, en la tierra prometida se vive una de las peores tiranías.
A primera vista, uno podría culpar a la corrupción, ya que países como Dinamarca o Finlandia también son ‘socialistas’, y no padecen las mismas circunstancias; incluso, el hecho de que sea una dictadura podría parecer que satisface el argumento, pero sería incorrecto. Para poder entender este desastroso contraste es necesario conocer cómo se crea prosperidad y seguridad. Hiroshima es una ciudad con infraestructura moderna, servicios de salud de calidad y una educación prestigiosa. Sin embargo, no siempre fue así. En agosto se cumplirán 79 años desde que cayó una bomba atómica que destruyó la ciudad. Para hacerlo corto, todo cimiento, servicio social e incluso la población, quedó derrotada. El punto de partida era un número negativo. A pesar de ello, triunfaron. Hoy por hoy, Hiroshima y Nagasaki son ciudades de altura mundial. Paralelamente, Caracas es una de las ciudades más peligrosas del mundo. El tren eléctrico, que un día fue el orgullo del continente, no funciona. El sistema de salud nacional, que fue estatizado para otorgar servicios equitativos, prohíbe la calificación de muerte por hambruna. Y por si fuera poco, el sueldo mensual de los maestros es menor a 10 $, lo cual los obliga a vivir en protesta. Inicialmente, uno podría asumir que el país con recursos naturales es Japón, ya que este es el que se ha levantado ante derrotas y dado un giro exitoso, pero no es así.
La riqueza de un país nunca ha venido, ni vendrá, de los recursos naturales. Aun si crean fortuna, estos multiplican la corrupción política, lo cual reduce los bienes del pueblo. La teoría económica ‘La enfermedad Holandesa’ lo describe con precisión. La región de Holanda en Países Bajos no debería existir; debería estar por debajo del nivel del mar. Sin embargo, es una región que se ha adaptado a las dificultades que heredó. Estos obstáculos permitieron que el pueblo reflexionara y priorizara la institucionalidad y libertad económica. Formaron un pueblo intolerante al populismo, que desarrolló disciplina a través del civismo. Coincidentemente, esa misma fórmula utilizaron Japón, Dinamarca y Finlandia, lo cual permitió que estos países crecieran y sirvieran mejor al pueblo. Desde que llegó el Chavismo a Venezuela, desarmaron la separación de poderes y expulsaron a la libre empresa. El ‘dios del Estado’ iba a proveer. Como si el daño no fuera suficiente, la cúpula terrorista que gobierna Venezuela decidió aliarse con los peores tiranos del mundo. Imitando prácticas teocráticas de Corea del Norte, simularon que la fiesta religiosa de la Navidad era la fecha de “chavidad”. Incluso llegaron a comparar un pájaro con el espíritu del difunto Hugo Chávez, transformando al personaje político en un símbolo religioso. No tuvieron vergüenza y se sumergieron en la estrategia socialista-expansionista de Cuba, convirtiéndose en una colonia que desestabiliza la región y agranda las miserias. Tanto así, que bajo órdenes del amo, permitieron que se realizaran operaciones militares iraníes en el continente americano. No podemos ignorar que los responsables del atentado del 11-S en Nueva York eran ciudadanos con doble nacionalidad venezolana.
El caso venezolano es particular. Los intereses externos de China Popular, Cuba, Irán y Rusia superan la capacidad de defensa del pueblo. En cualquier otro país, un régimen tan sanguinario hubiese caído antes o durante el 2014. Los recursos naturales pueden llegar a ser una condena. Asimismo, la libertad puede ser tergiversada y convertida en ideales anarquistas, los cuales son marxistas. Al caer el régimen, deberá haber una segunda batalla, la más importante para prevalecer. No obstante, el repudiar el chavismo o la palabra socialismo no basta; se debe promover la responsabilidad individual. Parte del tejido social debe ser reconstruido.
No sé cuándo Venezuela será libre; si pudiera votaría este 28 de julio y le daría todo mi apoyo a Gonzales Urrutia y a la figura de la oposición, María Corina Machado, pero no tengo la suerte de ser venezolana. Pese a esto, he invertido sueños de libertad en ese país. Es necesario que el pueblo esté preparado para enfrentar a un enemigo astuto, manipulador y macabro. Un masón que imita a los peores tiranos. Cuanto más tiempo continúen en el poder, peor será el impacto, sobre todo para la estabilidad del hemisferio. Sin embargo, estoy segura de que caerán. Lo que me preocupa es el día siguiente de la libertad, que el pueblo no se rinda ante la adversidad. El giro no puede ser de 90º o 360º; debe ser un brusco 180º, basado en la evidencia empírica y en la convicción. Principalmente, sin olvidar que la libertad sin virtud es vicio.