El pasado domingo, el mundo perdió a una mujer valiente y ejemplar: Ana Estrada Ugarte. A sus 47 años, Ana dejó un profundo impacto en la sociedad peruana y más allá, al convertirse en la primera peruana en conquistar su derecho a una muerte digna.
Diagnosticada a los doce años con poliomiositis, una enfermedad autoinmune, crónica y degenerativa, Ana enfrentó cada día con una determinación que inspiraba a todos los que la conocían. A pesar de la pérdida progresiva de movilidad que la dejó postrada en cama, Ana no renunció a vivir una vida plena. Estudió psicología, escribió poesía y compartió sus memorias en un blog, convirtiéndose así en el rostro de una causa justa: el derecho a una muerte digna.
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Su batalla legal fue larga y compleja, pero finalmente, en enero de 2024, el Seguro Social de Salud culminó el protocolo de muerte asistida, permitiéndole a Ana acceder a la eutanasia. Sin embargo, su lucha no fue solo por el derecho a morir, sino por el derecho a vivir con dignidad y autonomía, sin sufrimiento insoportable.
El caso de Ana Estrada Ugarte ha reabierto un debate crucial en la sociedad peruana: el derecho a una muerte digna. La lucha de Ana no se limitó simplemente a la legalización de la eutanasia, sino que puso de relieve la importancia de respetar la autonomía y la dignidad de cada individuo, incluso en los momentos más difíciles de la vida.
La eutanasia, cuando se lleva a cabo bajo un marco legal y con todas las salvaguardas necesarias, brinda a las personas la opción de poner fin a un sufrimiento intolerable y mantener un control sobre su propia vida y muerte. En casos como el de Ana, donde la enfermedad crónica y degenerativa le privaba de una calidad de vida digna, la eutanasia ofreció una salida compasiva y humanitaria.
Es importante reconocer que la eutanasia no es una decisión que se toma a la ligera, sino después de una cuidadosa reflexión y consideración, tanto por parte del paciente como de los profesionales de la salud involucrados. En el caso de Ana, su proceso legal fue largo y meticuloso, asegurando que su decisión estuviera fundamentada en el respeto por su autonomía y su deseo de evitar un sufrimiento innecesario.
Además, la legalización de la eutanasia no solo beneficia a aquellos que desean ejercer su derecho a una muerte digna, sino que también proporciona un marco legal que protege a los profesionales de la salud que participan en el procedimiento y garantiza que se realice de manera ética y segura.
La eutanasia, finalmente, se trata de respetar la autonomía y la dignidad de las personas, permitiéndoles tener el control sobre su propia vida hasta el final. La historia de Ana Estrada nos recuerda la importancia de seguir avanzando hacia una sociedad que respete y proteja estos derechos fundamentales.