El Peru le debe mucho a San Martín.
No solo es su redentor y fundador de la Independencia, sino el gran estratega militar que, cuando todos desde Buenos Aires insistían con avanzar sobre Lima vía el Alto Perú -actual Bolivia-, elaboró el plan de guerra diferente, magistral; al pie del nogal de Saldán: un plan continental para cruzar los Andes, libertar Chile y luego, por mar, atacar Lima y destruir el corazón del poder realista en América.
Esto ya lo hacía grande. Pero no fue suficiente. Es el organizador que traslada más de cuatro mil hombres en ocho buques de guerra y dieciséis transportes, desde Santiago de Chile hasta las costas del virreynato peruano y las mueve de un punto a otro, cuidando no exponer sus tropas a sacrificios innecesarios.
Es también el estratega político que logra ocupar el principal bastión peninsular en América sin disparar un tiro, tal como narra don Ricardo Palma, señalando como fuente a don Mariano Pelliza, con días y ollas.
¡Con días y ollas, venceremos!
Las dotes de guerrero venían mostradas desde la península, combatiendo contra la invasión napoleónica. Las otras, transitando las Provincias Unidas y Chile. Organizó un ejército, siendo gobernador de la provincia del Cuyo. Lo condujo de un lado de la Cordillera al otro y cayó matemáticamente sobre las tropas realistas a las que sorprendió en Chacabuco. Sorprendido a su vez en Cancha Rayada, tuvo la capacidad para rehacerse y liquidar el poderío de la metrópoli en Maipú, sellando la independencia chilena. En el Perú nos advirtió los riesgos de caer en la anarquía si no adoptábamos una forma verdadera de gobierno, conforme a nuestra realidad. Incomprendido, vilipendiado, acusado antes de traidor, luego hasta conspirador desde Buenos Aires, Santiago, Lima… ¡cuánta razón tuvo!
Caballero entre los caballeros, al retornar a Lima tras la cumbre de Guayaquil con Bolívar, entregó el poder al Congreso peruano y se fue en silencio. Volvió a Buenos Aires tarde para alcanzar sino los despojos del cadáver de su esposa Remedios.
Retirado definitivamente en Europa, tuvo que escribir al gobierno del entonces General Ramón Castilla – su antiguo subordinado-, rogando que los ajustes a su pensión sean reconocidos por el Perú, como asi sucedió para honra nuestra en parte, dadas las molestias y retrasos causados.
No podía dejar Buenos Aires sin presentar mis respetos al Protector del Perú, al Generalísimo.
Nuestra gratitud es eterna. Nada, ni nadie la podrá cancelar.
¡Presente!