CHAVIMOCHIC es el acrónimo de Chao, Virú, Moche, Chicama; los cuatro ríos que, de sur a norte, bajan de la sierra del departamento de La Libertad formando cada uno su respectivo valle, transversales a la desértica franja costera del Perú.
Son ríos dependientes de las lluvias de estío, para incrementar un caudal que se pierde en el océano.
El proyecto CHAVIMOCHIC consiste en derivar parte de las aguas de un quinto río, el Santa -más al sur del río Chao, más caudaloso, más regular de la costa-, por un canal madre, para asegurar el suministro acuoso en los actuales valles que forman los cuatro precitados ríos e irrigar las pampas desérticas que se extienden entre estos. Con la ejecución de las dos primeras etapas del proyecto, el actual canal de 155 kilómetros llega solamente hasta el río Moche, según se puede apreciar en el mapa adjunto. De esta forma ha sido posible garantizar el suministro para 78 mil hectáreas que antes dependían de los caudales de los tres primeros ríos -Chao, Virú, Moche- y ganar 66 mil hectáreas para la agricultura, que eran antes tierra eriaza.
La tercera etapa del proyecto consiste en construir el tramo faltante del canal madre de 127 kilómetros hasta el valle del Chicama y completar la represa de Palo Redondo, que embalsará 400 millones de metros cúbicos de agua y cuyas obras están avanzadas en un 70%. Con estos trabajos se garantizará el suministro regular para las 48 mil hectáreas que por ahora dependen de las lluvias que bajan por este río e incorporará a la agricultura nacional 63 mil nuevas hectáreas, hoy desérticas.
El proyecto es un viejo anhelo invocado por el aprismo desde su fundación. Empero, recién en 1967 se iniciaron los estudios que concluyeron en 1983. Tres años después, durante el primer gobierno del Apra, arrancó la construcción de la primera etapa… que concluyó en 1990, cinco días antes de finalizar este mandato.
Desde ese momento y con la paulatina culminación de nuevos trabajos, la mano de obra y los recursos económicos generados para el país han sido caudalosos. Y, sobre todo, se ha acumulado un avanzado conocimiento en el manejo de la tierra y cultivos, aun cuando está pendiente completar la tercera fase del proyecto que, de más está decir, incrementará todos estos beneficios.
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Hace dos semanas, atendiendo la gentil invitación de Jorge del Castillo y Pepe Lucho Delgado, un grupo de compañeros visitamos las instalaciones de CHAVIMOCHIC. Recorrimos el canal madre en diferentes puntos, el monolito que recuerda la inauguración del proyecto, los cultivos y conversamos con Yuri Armas, representante de la Asociación de Agricultores Agroexportadores Propietarios de Terrenos de Chavimochic (ADAS).
Armas nos explicó cómo esta obra les había cambiado la vida: “Hasta antes de CHAVIMOCHIC, nuestra máxima aspiración era trabajar en el INIA, una entidad estatal que debería desarrollar la investigación agrícola y que no sirve para nada”.
Luego contó sobre el tiempo necesario para desarrollar cultivos -en particular, arándanos y palta-, tratar las aguas que llegan por el canal madre -sedimentación, bombeo, riego por gravedad-, construir varias cadenas productivas y conocer el mercado.
También nos habló sobre el impacto en el empleo local, el régimen laboral, la logística para movilizar los trabajadores: “Qué el tramo de la (autopista) Panamericana que pasa por La Libertad no haya sido concluido nos perjudica, porque se forma gran tráfico durante las horas punta cuando los buses trasladan a los trabajadores”.
Hermoso e impresionante el espectáculo que se divisa desde el cenit de este recorrido. ¡Qué sería de Trujillo si no existiera CHAVIMOCHIC! reflexionaba el compañero Del Castillo durante alguno de los recorridos que completamos. Quienes lo escuchamos guardamos silencio.
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Los proyectos de irrigación, de la mano con la cuarentena de acuerdos de libre comercio suscritos por el Perú, han desarrollado un nuevo sector de nuestra economía, antes inexistente. Una agricultura moderna, exportadora, con doctrina propia, capaz de transferir experiencia y sabiduría.
Pero todavía queda mucho por hacer.
Tras los escándalos alrededor de Odebrecht, esta constructora -que ejecutó las dos primeras fases del proyecto y tenía a su cargo la tercera- suspendió los trabajos en el punto detallado párrafos arriba. Odebrecht es ahora Novonor. Vino luego un proceso arbitral por nueve años que está a punto de concluir. Mientras tanto, negociaciones con el Estado peruano entreabrieron la posibilidad de un nuevo acuerdo que desestime el arbitraje coexistente. “La adenda ya fue consensuada entre el concesionario (Novonor) y el concedente (Midagri)” decía Armas, pero Dios sabrá en qué oficina del Poder Ejecutivo se encontrará para su aprobación final, teniendo promulgada desde julio la ley marco que declara de interés nacional el proyecto.
Y que la empresa que organizó una oficina para pagar coimas, intente ahora con nombre cambiado ejecutar el tramo faltante del proyecto, dice bastante sobre la permisividad de nuestras autoridades, su incapacidad para gestionar el trabajo con decencia y la falta de coraje.
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No solo es la represa y el tramo restante del canal madre lo que está por hacer. Quedan además las plantas de tratamiento de agua potable para todas las localidades de la región -sea ampliación, mejora o construcción- y sus consecuentes plantas de tratamiento de aguas residuales; las centrales hidroeléctricas que sumarán a la capacidad instalada de generación de energía en el país; las represas que debemos construir para recolectar las aguas de los cuatros ríos originarios del proyecto que hoy se pierden en el océano… que darán más agua potable, más agua para riego, más electricidad.
Y que nadie pretexte los costos. En una economía moderna, como es la economía del conocimiento, todos son costos.
Desde este lado, al socaire de los Andes, sobre las pampas liberteñas podemos comprobar una vez más que en el Perú el problema no es la reforma agraria. Nunca lo fue. En el Perú “el problema no es la tierra, es el agua”.
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Nuestro paso por la cuna del aprismo se completó con una sesión en el Aula Magna del Partido en Trujillo, una romería a la tumba de Víctor Raúl -La Luz- y los mártires de la Revolución del 32 y un alto en los paredones de Chan Chan. A cada cual más emocionante, como lo testimoniaban los ojos vidriosos de mi compañero Pepe Lucho Delgado.
Antes de partir, hubo que almorzar. La tarde estaba bien adentro y el pueblo tenía hambre. Ingresamos todos a un restaurante en Huanchaco y los comensales, al reconocer al ex Premier aprista e identificar al grupo de compañeros que caminábamos juntos, empezó a corear espontáneamente: “EL APRA NUNCA MUERE”.