El pasado jueves 27, sobre el final de la presentación ante el Congreso del Consejo de ministros, Guido Bellido -supuesto titular del Consejo-, tras obtener el voto de confianza, aseveró: “no hemos participado ni participaremos en actos de terror o enfrentamientos armados como si lo fue, por ejemplo, el Partido Aprista no una sino varias veces que se enfrentó con armas en mano a las Fuerzas Armadas en Trujillo, el Callao, Ayacucho y muchos otros lugares en el país”.
Bellido ha hecho una afirmación histórica, en el sentido objetivo y también subjetivo que reúne la palabra historia, como lo revela Hegel, autor de una Filosofía sobre la Historia Universal, “tanto la narración histórica como los hechos y los acontecimientos”. Veamos.
La Revolución de Trujillo estalló el 7 de julio de 1932. Sanchez Cerro había ganado las elecciones en octubre del año anterior y promulgado, en enero, una “Ley de Emergencia” aprobada por el Parlamento; al mes de iniciado el gobierno. Dentro del marco de la ley, una inicua y feroz persecución contra los apristas por sus ideas, incluyó allanamientos de locales partidarios, detenciones arbitrarias, asesinatos, el desafuero de los representantes apristas ante el Congreso y el apresamiento de Haya de la Torre. Sometido así el país a la tiranía, el pueblo aprista asaltó el cuartel O’Donovan y tomó el control de la ciudad. Cuatro días después fuerzas del gobierno retomaron la ciudad, tras duros enfrentamientos y la lamentable masacre de un grupo de oficiales detenidos por los revolucionarios, nunca esclarecida del todo y que sirvió durante décadas para que intereses oligárquicos sembraran división y odio entre peruanos.
Esta Revolución, seguida por otras en Cajamarca y Huaraz, fracasaron por falta de organización y conducción, pues los dirigentes del Partido estaban exiliados, presos o muertos. Fue la expresión desesperada de un pueblo -el pueblo aprista sometido a una feroz persecución.
Ajusticiado el tirano el 30 de abril siguiente y tras una breve primavera con amnistías, promesas de elecciones y frustradas conversaciones; Oscar R. Benavides -inconstitucional sucesor en el gobierno- reanudó la persecución contra el aprismo. Nuevos intentos revolucionarios estallaron hacia 1934 en Ayacucho, Huancayo, Huancavelica y “muchos otros lugares del país” -para repetir las académicas palabras del premier Bellido-, todos develados por el gobierno, todos enfrentamientos francos, abiertos, a pecho descubierto, donde cayeron peruanos en ambos bandos. Y así podríamos seguir veinte años más de historia.
Es cierto que durante cincuenta años de persecución hubo hechos luctuosos atribuibles a militantes del Partido, soportando la tremenda represión contra el aprismo. Esta es justamente la lección que debemos aprender, en nombre del sacrificio de miles de apristas que resignaron hasta la vida.
Quien hoy actúa ambulatoriamente como presidente del Consejo de ministros, muestra una ignorancia incompatible con las funciones que le corresponde desempeñar; desconocimiento de la historia; nula comprensión de sus ínfimas lecturas, tan ínfimas como la cultura que derrama. La lucha de los apristas ha sido y seguirá siendo por Pan con Libertad, por Justicia Social, por Democracia. Las expresiones de un desconocido por la Historia no ofenden esta memoria. Lo que ofende es que la política general del gobierno la exponga Platero y la discutan los cómicos ambulantes.