Somos un país fallido. Somos una absurda aglomeración de gentes condenadas al mito de Sísifo: ese personaje castigado de por vida a cargar una pesada roca hasta la cima de una montaña, hacerla rodar, ir por ella y subirla nuevamente. Así por siempre. Eso somos: diestros en repetir los mismos errores de manera incesante.
El que funge de Presidente de la República apareció en camisa, sin saco ni pañuelo en el cogote, para dar la ridícula impresión de que está trabajando. Olvida que no se trabaja con la vestimenta sino con la inteligencia. Acto seguido se autodenominó miembro de la comunidad científica —pobre hombre sabrá Dios qué entenderá por ciencia— y luego, desde el laberinto de su hablar enrevesado, anunció una cuarentena.
¿Cómo explicar tamaño desatino? Una frase atribuida falsamente a Einstein pero cargada de sabiduría que es lo importante, puede ayudarnos a entender el desvarío de Sagasti: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. Sustituya usted, de acuerdo a su humor, la palabra locura por cualquier otra: insania, payasada, disparate. Igual calza.
Está comprobado que la cuarentena no es una solución para un país que está en el extremo opuesto de, por ejemplo, Alemania. Ya la hemos experimentado y sabemos que la cuarentena no resuelve las muertes; no multiplica las camas UCI; no hace que los balones de oxígeno rueden gratis por las calles; no cuelga las vacunas en los árboles. Lo que está comprobado es que la cuarentena agrava los problemas. Al colapso de la salud le añade el colapso económico que perjudica a los que menos tienen.
Desde el lado de los asustados, más de uno dirá “Cómo es posible que este idiota opine en contra de la cuarentena”. Pregúntenle a los expertos, lean experiencias extranjeras y van a hallar lo siguiente: una cuarentena no consiste en encierro y punto. Solo funciona cuando se acompaña de una estrategia sanitaria, cuando se acompaña de seguimiento a los focos infecciosos con cientos de miles de pruebas moleculares que no tenemos. El encierro en sí mismo no sirve. La decisión de Sagasti tiene el mismo fundamento perverso utilizado por Vizcarra: encerrar a la gente con el canallesco objetivo de ocultar los errores, disfrazar la incompetencia.
Nunca una crisis se origina de pronto. Las crisis se incuban. Explotan por todas las cosas que no se hacen a tiempo. Los triunfos y las tragedias tienen siempre un proceso de construcción. Existen datos concretos que explican por qué hemos llegado a la dramática situación actual. El criminal monopolio del oxígeno en manos de una sola empresa se mantuvo con Vizcarra y se mantuvo con Sagasti. La decisión ideológica de no convocar a científicos, empresarios, académicos y militares para establecer un plan de acción coherente en medio del caos, empezó con Vizcarra y se mantiene con Sagasti. ¿Qué se hizo después de la cuarentena desde octubre? ¿Se hizo alguna campaña de prevención? ¿Se ampliaron las camas UCI? ¿Se dispuso generar plantas de oxígeno a granel? ¿Se dispuso presupuesto para ampliar el personal médico? Nada. Y estamos hablando de la misma ministra de Salud, Pilar Mazzetti Soler, esa caricatura de médica que razona como el Dr. Huerta.
Si alguna alma piadosa en esta ciudad blandengue sostiene que es un exceso llamar ineptos a Sagasti y su corte morada, los invito a leer estas frases escritas en setiembre del 2020: “Las cifras sugieren, más bien, que cada vez hay más certeza de que no vendrá una segunda ola”; “Por regla de tres simple, actualmente podrían existir alrededor de 16 millones de peruanos que han sido infectados, 50% de la población total (…) Estamos en la dirección de alcanzar la inmunidad de rebaño”.
¿Sabe usted quién describió tal escenario triunfalista, ese anuncio feliz de final de pandemia? El actual ministro de Economía Waldo Mendoza. (Ver artículo en el diario Gestión: “Salud y economía: novedades en el frente”).
Es imposible que esta clase de funcionarios sea capaz de generar medidas inteligentes, sensatas y pragmáticas para navegar en el caos fatal del coronavirus. Cualquier persona medianamente informada sabía que la pandemia, con o sin segunda ola, iba a continuar en todo el planeta. Así son las pandemias, desde hace siglos. Pero Sagasti y su elenco tienen capacidades diferentes. Pertenecen a una especie muy dañina: el inepto con autoridad. Esa especie tan patética como dañina porque se esmera en justificar sus errores para seguir cometiéndolos. Digo esto porque el gobierno morado de Sagasti es la segunda parte del criminal gobierno de Vizcarra y, salvo la ausencia de Richard Swing, está compuesto por incapaces cargados de tinte ideológico. En suma, la sandez de la cuarentena es un recurso perverso para esconder sus incapacidades y no para encontrar soluciones.
¿Qué hacer? Cada quien encuentre su respuesta. La mía, si a alguien le interesa, es muy personal: la cuarentena no debe ser acatada. Hay que cuidarse el triple pero las actividades deben continuar para no terminar sumando al colapso sanitario el colapso económico y el hambre y la desesperación de los más necesitados.
¿Qué hacemos con el gobierno? Exigirle que haga lo que en horas de desgracia hacían los antiquísimos hombres: convocar a los sabios de la tribu para encontrar una salida. El problema es que en Perú los necios creen ser sabios. Y los peruanos, en su gran mayoría, cultivan la sumisión con esta frase que detesto “Por algo pasan las cosas”. No es así. Somos nosotros los que permitimos que pasen las cosas.
Disculpen tanta franqueza pero no canto “Contigo Perú” ni aplaudo desde los balcones. “No soy un pesimista, soy un optimista bien informado”. (La frase es de Mario Benedetti).