La historia de las intervenciones estadounidenses revela una lógica clara: cuando Washington decide actuar, lo hace con un despliegue arrollador. En 1983, en Granada, una isla diminuta, utilizó 8,000 efectivos, un centenar de aeronaves, 21 buques de guerra, un portaaviones y un portahelicópteros. Seis años más tarde, en Panamá, movilizó 28,000 soldados, 300 aeronaves y 15 buques para capturar a Manuel Noriega.
La máxima expresión llegó en 2003 con la invasión a Irak. Bajo la Operation Iraqi Freedom, EE. UU. desplegó 130,000 soldados, 1,800 aeronaves, 327 helicópteros, 140 buques de guerra y cinco portaaviones. La caída de Saddam Hussein fue rápida, pero la ocupación abrió un ciclo de violencia e insurgencia que duró hasta 2011. La lección fue clara: ganar la guerra no es lo mismo que ganar la paz.
En contraste, frente a Venezuela nunca se concretó una invasión clásica. Aunque en el primer mandato de Donald Trump se discutieron escenarios militares, el contexto es distinto. La Fuerza Armada Nacional Bolivariana mantiene cohesión, el chavismo ha tejido alianzas con Rusia, China, Irán y Cuba, y una intervención directa tendría un altísimo costo político y regional.
Por ello, Washington cambió de libreto: en lugar de marines, activó jueces y sanciones.
El Cártel de los Soles
El eje de la estrategia estadounidense ha sido exponer el Cártel de los Soles, una red criminal incrustada en el propio Estado venezolano. Su nombre proviene de las insignias en forma de sol que portan los generales de la Guardia Nacional Bolivariana. Lo que empezó como contrabando derivó en un entramado que hoy controla rutas de cocaína desde Colombia, Perú y Bolivia, usando aeropuertos militares y pistas clandestinas venezolanas. El cartel protege a grupos irregulares como las disidencias de las FARC y el ELN, al tiempo que se enriquece con el lavado de dinero y el tráfico de armas. En 2020, el Departamento de Justicia de EE. UU. acusó al propio Nicolás Maduro y a varios de sus ministros de convertir a Venezuela en un “narcoestado”.
Dos caminos, una misma lógica
Granada, Panamá e Irak fueron escenarios de la guerra clásica, con marines, buques y portaaviones. Venezuela, en cambio, enfrenta otra guerra: la jurídica y financiera. El campo de batalla ya no son las playas caribeñas ni el desierto iraquí, sino los tribunales internacionales, donde el Cártel de los Soles simboliza la fusión más peligrosa: Estado y narcotráfico convertidos en una misma estructura de poder.
* General del Ejército del Perú, ex Comandante General del Ejército y ex Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas