CPN Radio era una emisora pequeña, con cobertura nacional. No teníamos ni el alcance ni los recursos de los canales de televisión, ni de Radioprogramas del Perú -RPP, la otra importante emisora noticiosa a nivel nacional-, todas compradas o coaccionadas por el SIN que manejaba Montesinos. Pero desde nuestro dial peleábamos el espacio justo para la «oposición» que los otros medios radiales y televisivos habían bloqueado, intentando equilibrar la pauta informativa con personajes del gobierno o afines que nos quisieran responder; puesto que, muchos dirigentes del régimen, empezando por Fujimori, no atendían nuestras invitaciones, mientras prestos iban a los otros medios de comunicación alineados con el gobierno de turno. Entonces, cuando las candidaturas de Alberto Andrade y Luis Castañeda Lossio palidecieron, apareció la de Alejandro Toledo para llenar el espacio de «la oposición», convirtiéndose en un invitado cada vez más difícil de convocar, sea por razones de agenda u oportunidad para pronunciarse sobre la coyuntura electoral.
Durante aquel tránsito que, desde enero, concluyó con la caída del fujimorato en noviembre, la figura política de Alejandro Toledo había emergido con fuerza por marzo. Los meses siguientes fue -está dicho- nuestro invitado estelar y principal referente de la oposición, hasta la «Marcha de los Cuatro Suyos». Luego, desapareció de la escena en un santiamén, mientras todo indicaba que tendríamos más de Fujimori y Montesinos. Empero, tras la aparición del primer «vladivideo» y el anuncio de adelanto de elecciones en setiembre, el excandidato presidencial reapareció esporádicamente dado el antecedente electoral reciente, en el marco de las negociaciones en la «Mesa de Diálogo» de la OEA y provisionando la campaña electoral del siguiente abril que, aceptada por la mayoría en el Congreso, en la «Mesa de Diálogo» y en la calle, conduciría Fujimori.
Está dicho también que, de la mano de Toledo, en la lista de Perú Posible al Parlamento habían recobrado protagonismo varios personajes de la política peruana. Otros arrastraban una experiencia profesional conocida. Y surgió, además, un grupo no menos importante de nuevos nombres, un tanto o bastante desconocidos para la opinión pública. De esta forma, el candidato a la primera vicepresidencia y candidato a la reelección parlamentaria era Carlos Ferrero, quien había acompañado a Fujimori desde el autogolpe del año 92, promoviendo incluso la Constitución Política del 93; hasta 1999, cuando dejó el fujimorato en desacuerdo con la reelección presidencial. A la segunda vicepresidencia y al Parlamento iba David Waisman, un pequeño empresario que en algún momento tuvo un programa en la radio los fines de semana, justamente sobre la micro y pequeña empresa. Antero Flórez Araoz postulaba a la reelección congresal por las filas de Perú Posible, debido a que su agrupación originaria, el Partido Popular Cristiano -PPC-, no recuperó la inscripción para participar con candidatos propios. Cecilia Tait había sido subcampeona olímpica de vóley en 1988. Luis Solari y Marcial Ayaipoma comparecían del sector privado, sin mayor experiencia política previa: era la primera vez que postulaban al Parlamento.
Como nadie sabe para quien trabaja, electos todos los anteriores y desaparecido Toledo después de la tercera juramentación de Fujimori, fueron aquellos parlamentarios quienes participaron primero de las negociaciones auspiciadas por la OEA en nombre de Perú Posible, luego de la discusión en el Congreso para adelantar los comicios convocados y finalmente de la elección de Paniagua para conducir la transición política del país.
La estrella de Alejandro Toledo había perdido intensidad.
En aquel lapso surgieron también otros profesionales, como el economista Kurt Burneo, parte de ese primer equipo técnico de campaña. Todos entrevistados en la radio, en exclusiva, dándole la vuelta a la noticia, buscando no repetir los mismos invitados de nosotros mismos o de otros medios; como reiteraba Zenaida y que hoy es una práctica abandonada por una prensa tan deteriorada como la política que queremos recuperar para el Perú.
Una de aquellas novedades, verdadera primicia informativa, fue la señora Eliane Karp, «postulante a primera dama de la Nación». Habíamos averiguado sobre su formación profesional, científica social, hablante de quechua y con una experiencia particular como funcionaria del Banco Wiesse, encargada de créditos para la agricultura. Así la convocamos por primera vez y con el devenir de los acontecimientos fue adquiriendo mayor protagonismo, hasta declinar su luz, de la misma manera que su candidato presidencial, después de la juramentación de Fujimori… por tercera vez.
Nosotros sospechábamos que, Montesinos en particular, nos dejaba operar con más o menos cierta comodidad para tener coartada sobre las elecciones generales. ¡Qué clase de dictadura permitiría el ejercicio de un medio de comunicación, aunque pequeño, donde la oposición y critica al régimen se difundía! Tomando siempre nuestras precauciones, llevábamos un escrupuloso registro de quienes habían sido entrevistados en la radio, semanalmente. Y los identificábamos como del gobierno o de la oposición. O próximos a una u otra posición.
A diferencia de la fragmentación que existe hoy en el país, por entonces había tal polarización política –gobierno, oposición-, al punto que un dirigente aprista como Jorge del Castillo -la figura del Partido más importante entonces-, tuvo que compartir el mismo lado de la mesa en algún momento con Fernando Olivera, uno de los más encarnizados opositores del primer gobierno encabezado por Alan García. Esa polarización contribuyó a la relevancia que adquirió Toledo y el entorno que lo acompañó.
Creo que Montesinos cometió el error táctico de subestimar los espacios que no controlaba o dejaba operar. Porque, así como a través de la radio la figura de Alejandro Toledo creció, lo mismo pasó en la prensa escrita. Si bien es cierto que los «diarios chicha» demolieron candidaturas y figuras públicas por doquier mediante sus portadas colgadas en los kioskos, también es cierto que dejar operar sin coacción diarios como El Comercio, La República o Liberación -un novel y pequeño diario pero con abundante revelación periodística- permitió que aparecieran denuncias como «Las cuentas de Montesinos» -diciembre, 1999- o la fábrica de firmas falsas de Perú 2000 -febrero, 2000- para inscribir la candidatura de Fujimori.
Este último barrunto resultó un tanto curioso dado que, el Comercio -el diario donde apareció-, había mantenido una actitud neutral durante la primera parte del régimen y hasta bien entrado el segundo periodo de Fujimori. Empero, paulatinamente, la corporación periodística que se fue organizando con la fundación de otros diarios «populares» y un canal de televisión de señal cerrada por cable fundado en 1999 -Canal N- terminó por adoptar posición beligerante. Mientras nosotros en la radio nos preocupábamos por informar, enfocar y preguntar con severidad y rigurosidad, dejando el espacio de opinión para nuestros invitados; el grupo El Comercio opinaba -editorializaba- frontalmente contra el régimen.
Toda una novedad.
Quizá Montesinos creyó que el peso de las televisoras, de la gran emisora radial a nivel nacional y de los «diarios chicha» -creados para tal fin- opacaría lo que una emisora pequeña como CPN Radio o diarios densos en información, formato y denuncias, como los señalados, podrían hacer. Pero no solo desazonamos lentamente la dictadura, con denuncias o dando espacio a las denuncias, sino que, también, fuimos la tribuna que mostró al líder de la oposición, Alejandro Toledo, en una época que los medios de comunicación se reducían a radio, televisión y prensa escrita.
Es cierto que, puntualmente, en la fuga de Fujimori y caída del régimen poco tuvo que ver la actuación anterior tanto de Toledo, como del periodismo militante en su deber de informar, tal cual vengo sustentando en este testimonio. Por el contrario: tras la tercera juramentación de «El Chino» -nombre, además, para la historia de la infamia de uno de estos «diarios chicha», estercoleros- todo apuntaba a la prolongación de la dictadura, siquiera unos años más… Pero, cuando aparece el primer «vladivideo», el desmoronamiento subsecuente del andamiaje delincuencial del «fujimorato» fue mucho más rápido debido a que los cimientos sobre los que se levantó ese tercer mandato habían sido socavados por el trabajo de los medios de comunicación que cumplimos con nuestro deber y, como no, por la actuación de la oposición política y de los políticos de la oposición liderando a la población harta de la basura del «fujimorato». Y a la cabeza de esa oposición estuvo Alejandro Toledo.
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En la historia hay etapas que, cuando se cierran, la humanidad comprometida respira aliviada, como si los hechos de aquel episodio reciente, doloroso, macabro, muchas veces ruin no fueran a repetirse nunca, jamás.
Al colapsar el decenio del «fujimorato» y testimoniada en grabaciones audiovisuales su corrupción genética, hubo la sensación que, aprendida la lección, la democracia sería un consenso político en el país y la corrupción un mal recuerdo que no repetiríamos. Esta fue la consigna con la que apareció Toledo y así encabezó la oposición democrática a la mafia gobernante; actuación que reimpulsó su nueva candidatura, tras la fuga de Fujimori en noviembre del 2000 y el proceso electoral del 2001. Pero las sucesivas revelaciones, cada vez más escabrosas sobre su vida privada y el comportamiento público tanto de este como de la señora Eliane Karp, menoscababan la figura del cholo «sano y sagrado».
Digamos aquí, en salvaguarda de la verdad que, el regreso de Alan García al país, en enero del 2001 y el veloz protagonismo que retomó en la escena política junto con el Partido Aprista de cara a las elecciones de ese abril, podría suponer que las sindicaciones eran parte de la campaña electoral y la capacidad política de los apristas para «golpear».
Pero las pruebas y testimonios eran cada vez más contundentes. Al punto que Toledo reconoció -ya sentado en el sillón presidencial- una paternidad negada por años, las licencias bebidas durante su mandato quedaron registradas y las encerronas con prostitutas resultaron inobjetables.
En este punto debo advertir que, para aquel noviembre del 2000, apenas días después de haber juramentado la presidencia de la República don Valentín Paniagua, fui cambiado de la producción matinal a cubrir los espacios nocturnos de la radio, alternando la conducción del noticiero de las seis de la tarde, la lectura de boletines informativos cada media hora mientras se transmitía el programa de deportes, un espacio de entrevistas miscelánea y el último noticiero de la jornada que terminaba a la medianoche.
Vivíamos todavía, hasta aquellos primeros años de este milenio, la relevancia de la radio informativa por su inmediación. «Información al instante» era nuestro lema que se traducía en dar cuenta en primicia y transmitir en vivo «los hechos que hacen noticia». El horario estelar era de día, temprano, mientras uno se alistaba para trabajar o estudiar e iba escuchando radio en el carro… y durante el resto de la tarde, para mantenerse informado.
La noche era, más bien, un momento en que la audiencia se trasladaba a la televisión. Quien llegaba a casa, prendía el televisor y se movía entre los programas de entretenimiento y los informativos. Sin embargo, a la menor ocurrencia -por ejemplo, la época de los apagones-, inmediatamente la gran mayoría acudía a la radio.
Mi nuevo horario de trabajo nocturno se acomodaba a mi necesidad de terminar la universidad. Avanzaba con los cursos según podía y estaba alejado de la coyuntura política caliente como la campaña electoral en ciernes.
Advertida siempre mi condición de militante aprista a mi jefa y mis compañeros del área de Producción radial donde trabajaba, actué siempre con profesionalismo, sin conflictos que resolver. Total, no era más que haberme inscrito entonces en mi base de Pueblo Libre, allá por setiembre de 1998, en una organización disminuida, golpeada, empequeñecida, vapuleada por la dictadura de Fujimori, sin mayor relevancia noticiosa y con Alan García proscrito de la política y la prensa nacional. No era más que un pinche. Y tales condiciones persistían cuando llegué a la radio en enero del 2000. Mantuve y mantengo claro que el periodismo no se puede ejercer a la vez con la política. Menos aún con la política activa, militante. Uno puede guardar simpatías, inclinarse hacia ciertas posturas políticas ¡qué duda cabe!, pero el deber de la prensa es, en cuanto a la noticia, informar, ser objetiva, veraz, imparcial. O procurar serlo. Y aprendí que una cosa es presentar, enfocar una noticia y otra opinar, editorializar; lo cual es legítimo en el espacio editorial que todos los medios de prensa tienen. Y que la prensa debe reclamar por valores de la humanidad: libertad de prensa, libertad de expresión, democracia que garantice y defienda estos valores, justicia contra la difamación, justicia para las personas.
Hoy que las cosas han cambiado, la explosión de las redes sociales permite sacar al aire todo tipo de programación, donde todo se mezcla y confunde. Harina de otro costal para hacer otro pan, diría un panadero.
Por aquellos años, si algún aprista tenía notoriedad periodística era Jorge del Castillo. Destacaba por encima de los demás compañeros, combatiendo al régimen tenazmente. Congresista de la República, había denunciado «Las cuentas de Montesinos», como señalé párrafos arriba en diciembre de 1999, a través del diario Liberación, un mes antes que yo debutara en la radio. Dos millones seiscientos cincuenta y nueve mil soles depositados en el Banco Wiesse, a nombre del asesor en inteligencia que trabajaba desde las siete de la mañana en el SIN y donde desayunaba, almorzaba, comía, bebía y después de catorce horas de ardua labor cuidándonos de las amenazas terroristas y de toda índole que pudiera acecharnos, dormía… todos los santos días de la semana… todos los meses… todo el año.
La denuncia fue hecha con enorme valentía, dadas las condiciones vividas por tiempos aquellos.
Recuerdo bien a Fujimori justificando tales cifras por las asesorías internacionales que brindaba el doctor Montesinos, dada su alta reputación como especialista en inteligencia. Recuerdo también al pobre fiscal de la Nación, Miguel Aljovín, dilatando entre si llevar la investigación por lavado de activos o corrupción de funcionarios. Recuerdo, como no, a la cuñada de Jorge, revelada como valiente proveedora de la información, puesta en peligro y emigrada del país. Recordaba entonces y recuerdo ahora la anterior denuncia periodística de abril de 1997 que revelaba, sobre declaraciones tributarias, cómo los ingresos del asesor pasaron de 20 mil soles en 1993 a 1,6 millones de soles en 1996. Recuerdo toda esta podredumbre horadando lentamente la organización delincuencial que se había apoderado del Estado peruano, para vergüenza de quienes no terminan aún de zanjar su derrotero y contra la que se organizó una oposición cada vez más militante.
La campaña electoral que arrancó en firme el enero del 2000 siguiente, deslió -temporalmente- lo que en una democracia hubiera significado, por lo menos, una investigación fiscal y el rodamiento de varias cabezas políticas.
Tiempo después, en noviembre del 2000, en plenas correrías entre Montesinos y Fujimori por escapar del pais, aquellas cuentas quedarían chiquitas, comparadas con otras tres que aparecieron en Suiza por cuarenta y ocho millones de dólares.
Y ya no recuerdo que tantas otras orgias financieras excitaban los apetitos del «Doctor».
Pero volvamos a la cuota del aprismo en esta brega. Las demás figuras políticas del Partido, como Agustín Mantilla, quien había tenido una actuación muy pública y recordada durante el primer gobierno aprista, eran poco relevantes periodísticamente aquel año 2000 donde pugnaba Fujimori su reelección.
Hasta el retorno de Alan García en enero del 2001, cuando este narrador laboraba en el menos trajinado horario nocturno de la radio.
La prueba definitiva de todo lo hasta aquí dicho es que, en las elecciones de abril del 2000, el candidato a la presidencia de la República por el Partido, el ingeniero Abel Salinas, compañero probo y noble, quedó en sexto lugar con apenas 1,4% de la votación válida. Y de 120 congresistas, obtuvimos solo 6.
º º º
Alejandro Toledo completó un buen gobierno. 2001 – 2006. Mantuvo la disciplina fiscal, continuó la ejecución de Camisea llegando el gas a Lima -2003-, concedió Olmos -2004-, sostuvo la concesión del Jorge Chávez -otorgada durante el breve mandato de Valentín Paniagua- y firmó tanto los contratos para la construcción de las carreteras IIRSA NORTE e IIRSA SUR -2005- como, sobre el final de su mandato, el emblemático tratado de libre comercio con Estados Unidos.
Tuvo también sonados fracasos. Por ejemplo, la frustrada entrega de EGASA y EGESUR. Y críticas por su actuación pública, antes detalladas.
Todo esto podría ser parte de la controvertida biografía de un mandatario que tal vez la historia ponderaría como el enfrentó en primera fila a la dictadura de Fujimori y Montesinos. Pero no. Toledo estaba decidido a manchar su nombre. A restregarnos una vez más en la cara las miserias humanas que no resisten la tentación del dinero.
Tras dejar el poder, no hubo noticias destacables sobre su paradero. Hasta los siguientes comicios generales del 2011 cuando anunció su postulación y quedó cuarto, con poco más del 15% de la votación válida.
Dos años después -2013-, un informe periodístico reveló la compra mediante un crédito hipotecario de una vivienda y una oficina a nombre de ECOTEVA: una empresa recién formada en Costa Rica, cuya titular era la suegra de Toledo, la señora Eva Fernenbug de 85 años entonces. Esta y otras dos empresas también encabezadas por la suegra, apenas en un año de existencia habían recibido depósitos por 17 millones de dólares. Sin embargo, contrató el crédito para la adquisición de los inmuebles que, a los tres meses, canceló por cerca de cinco millones de dólares. Y tambien el pago de dos anteriores hipotecas, por dos viviendas, una en Lima y otra en el balneario de Punta Sal, Tumbes; por poco menos de medio millón de dólares.
Toledo se enredó en explicaciones. Adujo incluso que la plata venía de una indemnización del gobierno alemán a la señora Fernenbug, víctima del holocausto judío. Y que nada tenía que hacer en los negocios de ella. Paradojas de la historia, todo un vergonzoso espectáculo ofrecido por quien se encumbró hasta la primera magistratura de la Nación enfrentando la corrupción «fujimontesinista».
Mientras avanzaban las indagaciones, Toledo volvió a postular a la presidencia de la República el 2016. Esta vez quedó octavo, con apenas 1.3% de la votación válida.
Dos semanas después de la elección -abril 2016- se formalizó la investigación judicial. Habían transcurrido tres años desde la denuncia periodística. La tesis fiscal sostenía que el dinero era producto de coimas recibidas por el exmandatario durante su gestión. Se había comprobado la existencia de empresas creadas y cuentas abiertas en Suiza y Panamá, por donde habían saltado diferentes transferencias, hasta la cancelación de las hipotecas, proveniente todo de un empresario peruano de ascendencia también judía llamado Josef Maiman, quien había sido incorporado al proceso, con diversas restricciones impuestas.
Todos los documentos eran de dominio público: la constitución de las empresas, las transferencias, las compraventas, las hipotecas, los pagos, los correos electrónicos, los testimonios de las gestiones realizadas por Eliane y Alejandro. La deshonra.
Pero faltaba confirmar el origen de la plata.
Cuando la justicia ordenó la detención preliminar de Toledo, en febrero de 2017, este acababa unos días antes de volar a Los Ángeles y se negó regresar al país voluntariamente.
En marzo de ese año, agobiado por la justicia peruana, Maiman confesó. El dinero provenía de Odebrecht y otras empresas brasileras. De coimas solicitadas por Toledo y pagadas por los brasileros.
¡Malditos!
Los siguientes meses los brasileros confirmaron los pagos y las rutas del dinero, en medio de los juicios que les tocaba afrontar en Brasil y las negociaciones con autoridades peruanas para salvar su patrimonio aquí.
No fue hasta julio del 2019 que la justicia norteamericana detuvo a Toledo por pedido de extradición del Perú.
La pandemia ocasionada por el Covid-19 estalló los primeros meses del 2020 en América. Eso retrasó todo. Hasta que, concedida la extradición, fue traído de vuelta al país esposado, en abril de 2023.
Hay detalles escabrosos de esta trama que deshonran la institución presidencial. No vale insistir en eso.
Finalmente, el 22 de octubre de 2024, Alejandro Celestino Toledo Manrique fue condenado a veinte años de cárcel por recibir coimas de los brasileros.
Habían transcurrido once años desde que apareció la primera denuncia periodística sobre el caso Ecoteva.
Dieciocho desde que dejó la presidencia.
Horas antes de entregar el mando de la Nación, la mañana de aquel 28 de julio de 2006 dijo a la prensa: «Entré por la puerta grande y salgo por la puerta grande».
Hoy sabemos que su salida de la historia será por la puerta del Penal de Barbadillo, donde cumple condena.