Opinión

El discurso del cardenal Castillo

La obra de teatro «María Maricón» ha generado una polémica que, lejos de limitarse a un simple debate cultural, revela las profundas grietas ideológicas y espirituales que dividen al Perú. En un país mayoritariamente cristiano, donde católicos y protestantes representan casi el 90% de la población, esta producción teatral no solo ha ofendido las sensibilidades religiosas de millones de peruanos, sino que también ha desatado un debate sobre los límites de la libertad de expresión y la instrumentalización del arte como herramienta de provocación.

Los defensores de la obra, entre ellos ciertos sectores progresistas, intentan minimizar las críticas calificándolas de “fundamentalistas cucufatas”. Según ellos, las protestas provienen de un pequeño grupo de fanáticos incapaces de aceptar la diversidad de opiniones y manifestaciones artísticas. Sin embargo, esta narrativa resulta insostenible frente a la realidad: el rechazo hacia «María Maricón» no se limita a unos pocos, sino que refleja un sentir colectivo de indignación. La obra no solo transgrede los valores religiosos profundamente arraigados en nuestra sociedad, sino que lo hace con un grado de provocación que raya en el insulto gratuito.

El cardenal Carlos Castillo, gran canciller de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), ha salido en defensa de la obra, argumentando que no debe haber censura en un espacio universitario que promueve el libre pensamiento. Resulta irónico que el mismo prelado que en 2021 criticó una piñata de Pedro Castillo como irrespetuosa, ahora minimice una producción que denigra a la Virgen María, una figura central no solo para los católicos, sino para la fe cristiana en general. ¿Dónde está la coherencia moral en sus palabras y acciones?

La defensa de «María Maricón» también ha contado con el respaldo de intelectuales y artistas que se escudan en la libertad de expresión para justificar la ofensa. Pero debemos preguntarnos: ¿la libertad de expresión es absoluta? La Constitución peruana reconoce este derecho, pero también establece límites cuando se vulneran los derechos de otros o se atenta contra la moral pública. En este caso, la obra no solo ofende a los creyentes, sino que también constituye un ataque directo a los valores y tradiciones que han sido el pilar de nuestra identidad nacional.

El debate también pone en evidencia la hipocresía de ciertos sectores progresistas. Estos mismos grupos que hoy claman por la libertad de expresión no dudan en censurar opiniones contrarias a sus agendas ideológicas. Desde boicots a conferencias conservadoras hasta cancelaciones en redes sociales, la intolerancia hacia las voces disidentes es una constante. Sin embargo, cuando se trata de atacar los valores cristianos o las tradiciones culturales del Perú, la libertad de expresión se convierte en su bandera.

La intervención del Ministerio de Cultura en este caso también deja mucho que desear. En lugar de actuar como un mediador que garantice el respeto por la diversidad cultural y religiosa del país, el ministerio ha adoptado una postura ambigua, evitando condenar categóricamente una obra que claramente ha cruzado límites. Esta inacción refleja una preocupante desconexión entre las instituciones públicas y los valores de la mayoría de los peruanos.

No se trata de coartar la creatividad artística ni de imponer una censura generalizada, pero sí de establecer límites claros que eviten la ofensa gratuita. El arte tiene el poder de cuestionar, provocar y generar reflexión, pero también tiene la responsabilidad de hacerlo desde el respeto. Obras como «María Maricón» no buscan fomentar un diálogo constructivo, sino provocar una reacción visceral que divide y polariza aún más a nuestra sociedad.

Es necesario que los peruanos alcemos la voz frente a este tipo de atropellos culturales. No podemos permitir que se normalice el ataque a nuestras creencias y tradiciones bajo el pretexto de la libertad de expresión. Tampoco debemos dejar que las instituciones que deberían representar y proteger nuestros intereses se conviertan en cómplices de estas agresiones.

En última instancia, el caso de «María Maricón» no es solo una cuestión de arte o libertad de expresión, sino un síntoma de una batalla cultural más amplia. Es un recordatorio de que, como sociedad, debemos estar siempre vigilantes para defender nuestros valores y tradiciones frente a quienes buscan destruirlos en nombre de una agenda progresista que poco tiene que ver con las verdaderas necesidades y aspiraciones del pueblo peruano. Frente a esta amenaza, el silencio no es una opción.