Opinión

Ayacucho, el hito de nuestra independencia y el sueño americano inconcluso

Ayacucho es el sello de nuestra emancipación. Cierto que aún porfiaban tropas realistas en el Callao, Huanta y el Alto Perú, pero la toma del Condorcunca y la posterior firma de la capitulación en Quinua plantan el hito final de la última fase de la revolución que devino en la independencia americana.

Es un proceso largo que comienza con el insigne Túpac Amaru II, pasa por Juan Pablo Vizcardo y Guzmán y Francisco de Miranda, escribe páginas de heroísmo innumerables, cuaja con las juntas de gobierno estallando por doquier y encuentra en San Martín y Bolívar los faros decisivos que guían con decisión y tesón a nuestros pueblos.

Los hombres que fundaron nuestras repúblicas soñaban con un nuevo mundo donde florecieran el progreso y la felicidad para todos; la forma de alcanzar tales cumbres fue el problema. Es una promesa aún incumplida.

Si el Perú, que fue el campo definitivo para la victoria, donde se concentraba el poderío realista en América, donde tenían que converger las dos grandes corrientes libertadoras, que tuvo que expoliar hasta las últimas reservas en metal y melancolía para emprender la marcha triunfal, si el Perú —digo— hoy, con sus ingentes recursos naturales, su enorme potencial energético, su estratégica posición geográfica en la región y su sólida posición financiera, asume el liderazgo que le toca, podría concluir el sueño americano que se materializó en Ayacucho.

Hay, en la firmeza de Bolívar, sobreponiéndose a todas las adversidades; en la lealtad de Sucre, el gran mariscal de Ayacucho; y en el carácter de todos quienes los acompañaron, un vivo ejemplo a honrar. Es una lástima que la pequeñez de nuestros dirigentes políticos de esta América del Sur no les permita rendirse juntos ante el obelisco que recuerda a los héroes sobre las pampas de Quinua. Es una pena que nuestros dirigentes políticos, desde el Perú, no tengan el coraje para convocar a sus pares en un homenaje que recuerde el destino histórico de esta América en una gran federación de estados.

¡Lo haremos nosotros!

¡Mirad, peruanos —advierte Clemente Althaus— vuestra hermosa tierra,
que, bajo un cielo plácido y ajeno
de procelosos vientos a la guerra,
ostenta leda el venturoso seno
que los deleites de la vida encierra,
de todos bienes y abundancias lleno;
y al cielo bendecid que por morada
os dio la tierra por el sol amada!

A los próceres, precursores y mártires de nuestra independencia; a la armada que dominó estas costas sudamericanas —enlazó, trasladó refuerzos, impidió desembarcos enemigos—; al ejército libertador del Perú, preludio de nuestro ejército peruano; y a cada uno de sus cuerpos gloriosos y de sus soldados, beneméritos de la patria, siempre: ¡firme y feliz por la unión!


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